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CRITICA
Por: PACO CASADO
Hace ya algunos años, el cine norteamericano hizo una producción que se llamó Viernes 13 (1980), que dirigía Sean Cunningham, sobre un guion escrito por Victor Miller.
La película tuvo un gran éxito de taquilla y continuó con una segunda parte, bajo la dirección, esta vez, de Steve Miller, que fue el encargado de realizar también la tercera de esta misma serie.
En el año 1984 se filmó una cuarta parte donde se anunciaba que era el último capítulo, dirigido en aquella ocasión por Joseph Zito.
No obstante, no contentos, surge un título más en el que se dice que es un nuevo comienzo, y por si vuelve a triunfar comercialmente, se deja, una vez más, la puerta abierta para otra posible continuación.
Todavía obsesionado por su pasado, desde hace cinco años, Tommy Jarvis, sigue teniendo pesadillas.
Él fue quien mató a Jason Voorhess, el asesino en serie de la máscara de hockey, cuando era aún un niño, y se pregunta si es quien está ocasionando ahora las nuevas muertes o estaría relacionado con los brutales crímenes que están sucediendo alrededor de la apartada casa donde tenía su vivienda.
Tommy creció en hospitales psiquiátricos y ha sido enviado ahora a un centro de rehabilitación en Nueva Jersey, pero continua preguntándose si Jason ha regresado de entre los muertos para completar su venganza.
Como se ponía en la entrega que llevaba por título añadido lo de último capítulo el tema parecía haber quedado resuelto, pero al parecer no es así.
Esta vez la acción no se sitúa en Crystal Lake, ni en la residencia de señoritas o el lugar de recreo donde iban unas chicas a pasar una temporada en el que se ocurrían los abundantes crímenes, sino que se trata de una especie de refugio para personas deficientes mentales, donde en esta ocasión se produce un asesinato y alguien se hace pasar por el famoso asesino Jason, que ya había muerto.
De esta manera se retoma nuevamente el caso, pero poco o nada tiene que ver con aquellos precedentes, aunque las muertes se sucedan igualmente, una detrás de otra, con características muy similares, con la misma máscara en el rostro del asesino y en situaciones límites, sembrando nuevamente el terror en la misma zona.
Hay un buen número de sospechosos sobre los que recae la culpabilidad de los horribles crímenes y una mayor cantidad de muertes si cabe, todas ellas a cual más terrible y sádica, pudiéndose apostar sobre quién será la próxima víctima y de qué manera va a morir, algo que puede ser divertido si el relato no da motivos para ello.
La única continuidad que ha tenido lugar en esta serie es la del compositor de la música, Harry Manfredini, sobre el que ha recaído el trabajo de escribir todas las bandas sonoras de la saga, ya que en este caso nuevamente se ha vuelto a cambiar de director siendo elegido Danny Steinnmann, quien tras debutar en la dirección de un largometraje con Gemidos en la oscuridad (1980) realizó Calles salvajes (1984) y ahora nos llega con el tercer título de su filmografía, pero a decir verdad no le ha salido demasiado brillante que digamos.
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