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CRITICA
Por: PACO CASADO
En el desaparecido, controvertido y siempre discutido director italiano Pier Paolo Pasolini, concurrían varias facetas que se ponían de manifiesto a través de sus películas.
Una de ellas era la de su condición de escritor y poeta, la otra la de hombre de cine.
Otras dos características, las de intelectual y la de sus ideas políticas de izquierda quedaban con frecuencia en un segundo plano.
Como creador de historias para narrar, bien con la pluma o con la cámara, gustaba de contar y nada mejor para ello que los cuentos, que le vinieron muy bien, de 'El Decamerón', de Boccaccio, 'Los cuentos de Canterbury', de Chaucer o los de 'Las 1001 noches', de autor o autores anónimos, que formaron la que él llamó la "trilogía de la vida".
Esta es la mejor y más imaginativa de sus partes, puesto que como él mismo dijera se trataba de un mismo film separado en capítulos.
Espectáculo intencionadamente primitivo en el que cada uno de los episodios es un canto a la vida, un homenaje al cuerpo y al sexo como fuentes de la vida y del placer.
El viaje a otras épocas y otras civilizaciones no tiene en esta obra de Pasolini el carácter de recreación artística, sino que es vivencial: es como si quisiera introducir al espectador en la época y la sociedad de sus relatos.
Para ello utiliza el cuento, que es la forma de narración más universal y asimilable.
A través de él transforma mágicamente la literatura en ricas imágenes y recapitula el sentido del sexo en el mundo antiguo, sin represiones, para enfrentarlo a su desarrollo actual, limitado por conceptos burgueses y reaccionarios.
El realismo y la fantasía, las mitologías populares, el humor y el erotismo, componen el retablo de la trilogía de la vida sin ninguna concesión a la pornografía, porque en ningún momento se trata de comercializar la represión sexual, sino de denunciarla.
Con estas obras expuso su canto al amor en su estado natural, sin malicia ni la pecaminosidad de hoy día, libre de ataduras, a la libertad, a la alegría de vivir, apoyada en ese motor físico del amor como fuente vivificadora de nutrición; un amor y una libertad que no tiene fronteras de riqueza o de pobreza, de paisajes, de razas ni de edades.
Un canto a la vida en definitiva.
Como en las dos obras anteriores Pasolini ha hecho una selección de los relatos que mejor le venían a su conveniencia o a la idea que él tuviera de esta cinta, lo que no quiere decir que tuvieran que ser necesariamente los mejores.
Pero a diferencia con los otras dos títulos, no se limita a situarlos uno a continuación del otro, sino que por el contrario los va entretejiendo, trenzando, de manera que se entrecruzan en ocasiones entre sí unos con otros.
Así la primera historia hace a manera de Guadiana que aparece y desaparece para llegar a constituir el paréntesis que abre y cierra la película.
En medio algunos cuentos quedan narrados con continuidad, con singular maestría y sencillez expositiva, como por ejemplo la historia de Aziz, que es como un pequeño relato aislado dentro del propio film, con entidad propia.
Una vez más la exquisita y fina sensibilidad de Pasolini, su alma de poeta y escritor, se ponen de manifiesto en la dulzura y la exquisitez en la elección de los paisajes, en la reconstrucción de los escenarios, en el tratamiento del color en la fotografía, en la música de Morricone o en el manejo de los intérpretes que, a excepción de los habituales de casi todos sus repartos, aquí en su mayoría son no profesionales.
Cinta de una gran belleza formal, con algún pequeño bache de ritmo, pero con indudable calidad y acierto de Pasolini que busca la verdad de la vida y como se dice en la narración, en frase extraída del libro "la verdad no está en un solo sueño, sino en muchos sueños".
'Las 1001 noches' (1974) en versión de Pasolini es una película para soñar, es la mejor y más imaginativa de la trilogía, calificada como "un rastreo por la historia en solidaridad con todos los pecadores".
Espectáculo primitivo que la fina sensibilidad de Pasolini reconstruye en escenarios y paisajes con primor y perfecto colorido.
Logró el premio del Jurado en el Festival de cine de Cannes 74.
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