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CRITICA
Por: PACO CASADO
En los tiempos en que se veía en España mucho y buen cine francés, se pudo contemplar casi al completo la filmografía del director galo Jacques Deray, un realizador especialista en producciones de acción, preferentemente del género policiaco al que pertenece El derecho a matar (1980) que hoy comentamos, que por cierto nos llega a nuestras carteleras con cuatro años de retraso y con el final alterado, ya que le falta algo más de cinco minutos debido a cortes de la censura.
La acción cuenta la historia de Michel Gerfaut, un jugador de póquer de profesión, que se dirigía a una casa de apuestas, que una noche recoge a un señor herido que encuentra en la carretera, víctima de un accidente de tráfico, debido a que su coche ha chocado contra un árbol, pero no se da cuenta en principio donde tiene las heridas.
Lo mete en su coche y lo lleva al hospital más cercano, pero un par de balazos que tiene en el estómago le producen la muerte poco tiempo después.
Aquí comienzan las complicaciones para este buen samaritano, ya que la organización criminal que le disparó piensa que ha tenido tiempo de hablar con él y que sabe más de la cuenta, por lo que pretende aliminarlo también a él por todos los medios posibles.
Pronto la organización criminal que le disparó comienza a matar a todas las personas con las que tiene contacto por si les ha podido transmitir algún mensaje que le haya comunicado la víctima que les perjudique como testigo de los hechos.
Esta es la típica película policiaca que tanto se prodiga en la cinematografía francesa, en este caso producida por el propio Alain Delon que, una vez más, encarna también el principal personaje protagonista, en un papel que le hemos visto mil veces repetido de tipo duro, que tiene bien aprendido, no en vano es el número uno en este género al que le sigue su compañero Jean-Paul Belmondo.
Jacques Deray dirige el film con bastante oficio, con pulso seguro, tratando de exponer el complicado argumento lo más claramente posible para hacerlo digerible por parte del espectador.
En medio, en plan bocadillo, se introduce la clásica escena de persecución automovilística, muy bien ejecutada y montada por Julien Remy, todo un especialista en esta clase de escenas que levantan bien el interés de la cinta, aunque el resto nos deje un tanto fríos.
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