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CRITICA
Por: PACO CASADO
El título de esta película resulta ser algo contradictorio, no existe la envidia sana, se tiene envidia de alguien o no se tiene, nunca es sana, pero como se trata de una comedia es posible admitirlo.
Esta es la historia de la armonía existente entre cuatro viejos amigos, Léa Monteil, que trabaja en una tienda de ropa, que está casada con Marc Seyriey, un vendedor mediocre deseando un ascenso que nunca llega y está acomplejado, Karine Léger, una mujer un tanto insegura, y Francis Léger, que trabaja en una inmobiliaria, siempre complaciente con su esposa, dos parejas, que son amigos de toda la vida, sobre todo ellas, desde la infancia.
Los caracteres de ambas son muy diferentes Karine es dominante, mientras que Léa se deja influir por su pareja, pero es la que está más satisfecha con su vida.
Ellos se reúnen con cierta frecuencia y todo funciona muy bien porque cada uno ocupa su lugar dentro del grupo.
Pero la armonía entre ellos se rompe y se pone en tela de juicio, el día en que Léa, la más discreta de todos, les comenta que está escribiendo una novela que está pronto a ser publicada. En seguida se convierte en un gran éxito de venta iniciado con 50.000 ejemplares, lo que provoca que todos saquen a relucir las insatisfacciones que llevan dentro.
Lejos de alegrarse los demás, del triunfo de su amiga, empiezan a aflorar pequeños celos y algunas inseguridades en las buenas relaciones que hasta entonces existía entre todos, incluido el marido de Léa, que se siente celoso del triunfo de su esposa.
Es entonces cuando se pone en tela de juicio en un momento determinado la amistad que había existido entre ellos.
Para compensar el triunfo de Léa, tanto Karine como Francis, su marido, tratan de conseguir el éxito en las disciplinas que dominan sin conseguirlo.
A partir de ahí la comedia divertida se convierte en una trama algo más dramática y la comicidad casi desaparece de la escena.
El guion, confeccionado por Olivier Dazat y Daniel Cohen, se basa en la obra teatral La isla flotante escrita por este último, título que toma su nombre del de un postre que así se llama.
Debido a su procedencia escénica abusa demasiado de los diálogos en constantes conversaciones entre los miembros de este grupo a través del cual se pone de relieve la psicología humana al no alegrarnos de la felicidad de los demás.
El personaje de Léa es el más discreto, el que mejor se adapta a las circunstancias, mientras que los demás se convierten sin pretenderlo en meras caricaturas a su lado.
Una vez más se da la circunstancia del actor que se pasa a la dirección, como en este caso ha ocurrido con el tunecino Daniel Cohen que, tras interpretar una veintena de títulos y dos series de televisión, realiza con este su cuarto film tras la cámara que es el primero suyo como director que se proyecta en las pantallas españolas y en el que se da trazas a la hora de la puesta en imágenes para disimular lo mejor posible la proveniencia de la obra de las tablas de un escenario.
En la interpretación posee un reparto de buenos actores del cine francés, destacando entre ellos la humildad que derrocha Bérenice Bejo en el papel de Léa, mientras que Florence Foresti trata de hacerse con el protagonismo de la función sobresaliendo sobre los demás compañeros, pero dada la calidad de los mismos se les podía haber pedido que dieran algo más de sí en sus trabajos.
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