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CRITICA
Por: PACO CASADO
Las ventajas fiscales en cuestión de impuestos que en materia cinematográfica está ofreciendo en estos momentos Canadá está haciendo que este país se vaya convirtiendo, cada vez más, en el nuevo Hollywood, donde se ruedan cada vez más películas en coproducción con distintas nacionalidades, fundamentalmente con su poderoso vecino norteamericano.
Ahora nos llega una muestra de esa creciente ola de filmaciones en el país canadiense con Testigo silencioso (1978), de Daryl Duke, un aceptable film que se ha rodado en Toronto, que nos cuenta la historia de un atraco llevado a cabo en Navidad, utilizando en este caso el disfraz de Papá Noel.
Miles Cullen es un tímido cajero de un banco en Toronto que se da cuenta de que se va a producir un atraco y se anticipa al ladrón tomando el dinero antes de que este llegue, metiéndolo en su propia caja de seguridad y dejando una mínima cantidad para que no sospeche.
Cuando éste se da cuenta de que ha sido burlado, busca al cajero y lo involucra en una persecución del ratón y el gato debido a la posesión del dinero.
Aquí el director canadiense Daryl Duke, no sigue la trayectoria que es habitual en las cintas de este género de intriga, sino que se preocupa de matizar los distintos personajes y los hace ambiguos, jugando a saber cual de ellos es en verdad víctima o culpable en realidad.
El guion del también director Curtis Hanson, tiene una cierta originalidad, pero sin embargo resulta en cierto modo descompensado, con algunas escenas algo vacías de contenido en diálogos y en las relaciones entre los personajes, junto a una gran carga argumental que va deparando distintas sorpresas al espectador.
Tal vez la figura central de esta película sea la más interesante, como es el empleado del banco, un tipo un tanto vulgar en el que nadie se ha fijado hasta entonces y que de repente ve potenciarse su vida en varios sentidos, personaje que está muy bien servido debido a la burlona interpretación que de él hace Elliott Gould.
En definitiva, se trata de un film que apunta buenas maneras por parte de la puesta en imágenes de Daryl Duke, aunque tenga que doblegarse a otras servidumbres propias de este género, que termina con un final un tanto amoral que posiblemente unos años atrás hubiera resultado impensable en su dimensión de mostrar a la justicia burlada y con los delincuentes libres y ricos debido al delito cometido.
Mejor largometraje, dirección y sonido en los premios canadienses.
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