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CRITICA
Por: PACO CASADO
De un tiempo a esta parte casi todas las producciones de ciencia ficción están ambientadas en un futuro no muy lejano o tal vez es que nos estamos acercando cada vez más a ese futuro.
La historia se desarrolla en 2017 en Estados Unidos en un momento en el que los recursos naturales se han agotado y la población ha aumentado de forma alarmante, por lo que se ha publicado una ley en la que se prohíbe a las mujeres tener más de un hijo y todo aquel que la incumpla será castigado severamente.
Esto le ocurre a la pareja protagonista compuesta por el capitán John Henry Brennick y su esposa Karen que, al perder a su hijo, intentan tener un segundo.
Cuando tratan de cruzar la frontera, celosamente vigilada, son descubiertos y mientras que Karen logra escapar, John es capturado y llevado a una prisión de máxima seguridad construida por treinta pisos subterráneos, a prueba de fuga, y condenado a 33 años al haber quebrado la norma.
Los sistemas de vigilancia permiten observar cada movimiento de los prisioneros e incluso leer sus sueños.
Si quieren un ejemplo de una película en la que la escenografía es protagonista, la tienen delante, ya que esta prisión de máxima seguridad está construida de forma subterránea y asegurada por un potente ordenador que lo controla todo.
Los barrotes de las celdas han sido sustituidos por mortales rayos laser y a los presos se les colocan unos sensores capaces de producir dolor o incluso estallar en caso de querer trata de huir sobrepasando el perímetro.
De esta forma la informática se alía con la escenografía y se convierte también en protagonista, maravillando así al espectador con estos adelantos técnicos.
La pena es que estos progresos de la ciencia no siempre se utilizan al servicio del bien, en este caso para castigar el mal.
El hallazgo inicial del guion hace que nos interesemos desde un principio por lo que ocurre en la pantalla, con unos seres humanizados, aunque en la fortaleza esté prohibido soñar, y precisamente la lucha del protagonista sea contra esa robotización y deshumanización.
Pero desgraciadamente el guion deriva hacia una especie de Rambo donde priva la violencia, aunque al final surja un rayo de esperanza en el futuro.
Su director Stuart Gordon, parece un hombre de ideas, aunque se iniciara con productos de terror como Re-animator (1985), ya que la mayoría pertenecen a ese género, siendo ésta la primera que dirige de acción y aventuras.
Posteriormente formó parte del equipo como guionista de 'Cariño he encogido a los niños' (1989) y su continuación 'Cariño, he agrandado al niño' (1992).
En ambas se utilizaron efectos especiales y elementos mecánicos parecidos a los de esta que comentamos.
Posiblemente en un futuro inmediato podamos ver algún film ya más maduro e interesante, aunque éste no le ha salido del todo mal, con un enigmático Christopher Lambert, a veces superado por el villano alcaide de la fortificada prisión encarnado por Kurtwood Smith, todo ello con el adecuado ritmo, fotografía y música.
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