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CRITICA
Por: PACO CASADO
El año 1961 ha supuesto al cine italiano la llegada de jóvenes directores, como ocurrió en Francia, que la crítica mundial no ha dudado en subrayar.
Tras las películas de los veteranos 'El juicio universal' (1961) y 'Dos mujeres' (1960), de Vittorio de Sica, 'Vanina Vanini' (1961), de Roberto Rossellini, 'Il brigante' (1961), de Renato Castellani, las producciones italianas fueron premiadas en los grandes festivales internacionales: 'La noche' (1961), de Antonioni en Berlín, 'Banditi a Orgosolo' (1961), de Vittorio de Seta en Venecia y el premio a la mejor selección gracias a las obras de Mauro Bolognini y Valerio Zurlini, este último con 'La chica con la maleta' (1961), en Cannes.
El agotamiento de los directores que dieron vida al movimiento del neorrealismo italiano, sumió a Italia en un nuevo sueño de teléfonos blancos parecido al del tiempo del fascismo.
Únicamente la figura de Michelangelo Antonioni, que trabajaba alejado de los habituales sistemas de producción, permitió surgir a nuevos directores con una visión más moderna del cine.
Esta es la vena lírica que Valerio Zurlini que sigue desde de su anterior título, 'Verano violento' (1959).
Esto es, dirigir un sentimiento sobre la realidad circundante, dejar que la realidad esté presente, pero no dentro del cuadro, donde hay una presencia, pero obra del ritmo lento, de la falta de montaje en corto, presencia eminentemente sentimental: los actores se transforman en mediums de un mundo invisible, que está en el interior de las personas.
Aida, una bailarina de Milán, se enamora de Marcello un señorito de Parma mientras dan un paseo en su descapotable, pero éste termina dejándola abandonada y ella decide preguntar por él en su casa y será su hermano menor, Lorenzo, quien se quede prendado de ella.
Valerio Zurlini afronta el romántico tema del amor imposible de un adolescente que se enamora platónicamente, pero con auténtica locura, de una guapísima mujer de más edad que él y de muy distinta condición social, que ha sido seducida y abandonada por su hermano mayor.
El asunto es viejo, pero no el modo en que ha sido tratado.
Sólo a través del estilo podemos comprender la visión de sus autores e identificar su mundo poético.
Es un tipo de cine nuevo en estos momentos, con supresión casi total del montaje e incluso del contracampo.
El tiempo real de cada escena se corresponde con el tiempo cinematográfico.
El plano-secuencia es la más elemental unidad de esta película que tiene un número de planos asombrosamente bajo.
Los diálogos, parcos, pero muy sencillos y significativos, hacen avanzar la acción, reflejan las reacciones de los personajes, que sirven de base a los estupendos intérpretes y al músico Mario Nascimbene.
Unos actores que actúan como verdaderos intermediarios para que, a través de ellos, se pueda encontrar el fondo espiritual que se busca constantemente con la cámara.
Nos hallamos ante un nuevo humanismo, pero lejos de lo teatral o literario.
La secuencia que abre la historia es como un resumen sintético de la misma: un tren y un coche se cruzan, como se cruzarán los destinos de los dos protagonistas.
Un film poético, esteticista, sobre la primera experiencia amorosa, sentimental y romántica, de un joven adolescente.
Una de las mejores cintas italianas del inicio de la década de los años 60.
Premio David de Donatello a Claudia Cardinale.
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