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CRITICA
Por: PACO CASADO
Se ha dicho que Fred Zinnemann es un director que sabe ganar Oscars y que parece que ello lo tiene como meta.
Su cine tiene la rara habilidad de convencer, aunque sea de forma superficial y esto es lo que pensamos que sucedió con esta producción que logró nada menos de seis Oscars.
La acción se desarrolla en la Inglaterra del siglo XVI.
En plena juventud del rey Enrique VIII de Inglaterra cuando el cardenal Wolsey y el consejero real Sir Tomás Moro constituyen los pilares en los que se asienta el reino.
Enrique VIII decide repudiar a su esposa Catalina, porque no le ha dado sucesión, y divorciarse para tomar en su lugar a Ana Bolena.
Para ello necesita el beneplácito del Papa, que se lo niega, y el monarca busca al menos el apoyo de su buen amigo Sir Tomás Moro, ahora canciller y el hombre más prestigioso de Inglaterra.
Pero éste se opone, por sus férreas convicciones católicas, a la decisión real, máxime cuando Enrique VIII se proclama, cortando toda relación con Roma, cabeza de la iglesia de Inglaterra.
Esta película se basa en un drama teatral del escritor Robert Bolt, conocido guionista del cine británico, que se encargó de la adaptación y de hacer el guion sobre la pugna ideológica entre Enrique VIII de Inglaterra y su canciller Sir Tomás Moro.
Ha querido hacer una obra sociológica pero con toques de ambientación social e histórica sobre el vitalista Enrique VIII y el intransigente Sir Tomás Moro.
Los diálogos, demasiado literarios ,fuerzan a Fred Zinnemann a una morosidad y lentitud que no beneficia a la narración, no obstante cuida los detalles con buen gusto y justeza en la dirección, pero no llega a tomarle el pulso.
En ella se nos narran algunos aspectos de la vida de Sir Thomas Moro, un hombre de estado, profesor y filósofo, al mismo tiempo que profundo católico que, al no reconocer el divorcio de su rey Enrique VIII y la proclamación como jefe de la Iglesia de Inglaterra, lo llevó al cadalso donde murió bajo el hacha del verdugo.
Si difícil es adaptar una obra literaria al cine, mucho más lo es cuando se trata de una obra teatral, y sobre todo cuando el mismo autor es el encargado de ello.
Por eso en Un hombre para la eternidad (1966) se notan demasiado las tablas y se aprecia también en los diálogos, que si bien tienen fuerza (no olvidemos que es el arma más poderosa del teatro) no son muy cinematográficos, por mucho que el director lo haya tratado de disimular con una bellísima fotografía y con un indudable buen trabajo de los excelentes actores en general.
Cine teatral o teatro cinematográfico, llámenle como ustedes quieran.
Fred Zinneman es un director que sabe ganar el Oscar y en este caso logró seis estatuillas para la película, director, guion, fotografía, vestuario y actor (Paul Scofield). Cuatro Globos de oro. Siete Bafta. Laurel de oro. Mejor actor Paul Scofield y mención especial en Moscú. Cinco premios NBR. Y numerosos premios de la crítica.
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