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CRITICA
Por: PACO CASADO
Andrew Larabee, profesor de un prestigioso colegio inglés y aficionado a la arqueología, se embarca en la aventura de descubrir una estatuilla de Pan, dios del Olimpo, ya que asegura que sólo él sabe dónde está enterrada.
Busca en este hallazgo un prestigio que le permitirá alcanzar la dirección del colegio, puesto que detenta, de forma vitalicia, el padre de Andrew.
Su primer tropiezo surge al encontrarse con que el terreno de las excavaciones está ocupado por el circo Gallini, pero habrá un entendimiento entre los titiriteros y el profesor.
Pronto acaba volviéndose loco por el circo o mejor diríamos por una de sus artistas, Selena Gallini, que es la sobrina del dueño.
Su amor por la pequeña artista circense, viene a turbar sus relaciones formales con Letitia con la que pensaba casarse.
Estos amores constituyen parte de la trama argumental, que sirve de pretexto para la exhibición de una serie de números de circo y divertidas peripecias de franca comicidad, como la que tiene lugar en la jaula de los leones, donde el profesor aparece cuando tiene que convertirse en director de la pista.
El tema del circo ha sido a veces tratado por el cine, siempre en su faceta espectacular, como vehículo de diversión, pero sin llegar a formar un subgénero.
De nuestra infancia recordamos con agrado las películas de Danny Kaye: 'Un hombre fenómeno' (1945), 'La vida secreta de Walter Mitty' (1947) y 'El asombro de Brooklyn' (1946), una trilogía que no suele contar para la historia del cine.
Sus otros films no han logrado igualar a estos: ni 'El inspector general' (1949), ni 'Rumbo a Oriente' (1944), ni 'Un gramo de locura' (1954), ni 'El fabuloso Andersen' (1952), ni 'Loco por el circo' (1958).
El tiempo ha ido pasando por el cine cómico norteamericano y también sobre el propio Danny Kaye.
Su rostro se va avejentado y su fácil risa se va haciendo cada vez más reflexiva.
En 'El fabuloso Andersen' (1952) había un tono inconfundiblemente pesimista.
'Loco por el circo' (1958), a despecho del tema, del argumento, de la dirección y del propio Danny Kaye, transparenta un amargo patetismo y es que el actor ha madurado y envejecido.
Su última cinta, ya estrenada, Yo y el Coronel (1958), nos ofrecía un Danny Kaye humorista, plenamente maduro, sin payasadas y con toque chapliniano de la mejor factura.
Esto nos hace pensar que sigue, a trazos generales, la misma evolución que Charles Chaplin, desde el music hall, al cine de payasadas, al cine de cómicos refrenados y luego a la gran creación del humorismo.
Título de transición en el que Danny aún intenta parecer juvenil, cosa que consigue a ratos, y jovial, lo que nunca logra, ofrece comparativamente el ocaso total de Pier Angeli.
Pronosticamos hace un lustro que esta actriz se perdería para el arte en aquella fábrica de figuritas standars que es Hollywood y hemos acertado.
La mágica ternura y delicadeza de lirio temprano de la protagonista de 'Mañana será tarde' (1950) y 'El milagro del cuadro' (1951), esa rara dulzura que hechizó a los chicos de su generación, se ha marchitado y sólo queda el gesto sin alma, mecánico, frío y torpe.
Película simpática, distraída, sin particulares méritos, llena de colorido y con numerosas canciones que encajan bien en la acción y parodias logradas como la del domador.
Tópicos pocos, pero pocas originalidades, siendo lo mejor esa familia de gimnastas y fallida la sátira de la familia de los maestros de escuela.
Realizada por el actor Michael Kidd, que debuta en la dirección sin un buen ritmo narrativo que hace que a veces tenga baches.
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