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CRITICA
Por: PACO CASADO
A Robert Duvall se le puede encuadrar dentro de esa categoría de directores que proceden de delante de la cámara, que antes fueron actores y que, pasados los años, y dada su experiencia, deciden pasarse a dirigir.
Debutó como actor en una gran película, 'Matar a un ruiseñor' (1962) y en su haber hay un puñado de los más grandes títulos del cine norteamericano: 'La jauría humana' (1968), 'Mash' (1970), 'El padrino' (1972) por el que recibió una nominación al Oscar, 'La conversación' (1974), 'Ha llegado el águila' (1976) por la que recibió otra nominación, 'Apocalypse now' (1979) igualmente nominado, Gracias y favores (1983) por la que por fn recibió el Oscar, y 'Conflicto de intereses' (1984).
Con este bagaje y su acreditada calidad interpretativa, bien se le puede permitir dirigir.
La verdad es que esta decisión la tomó hace ya tiempo cuando debutó con 'We are not the jet set' (1974) y posteriormente repitió con 'Angelo, my love' (1983), ninguna de las cuales se estrenaron aquí en nuestras salas comerciales.
Ahora con su tercer largometraje nos cuenta la vida de un predicador que es abandonado por su esposa y agrede al amante de ésta, lo que le hace tener que huir y fundar una nueva iglesia, adoptando el nombre de E.F. El apóstol.
Después de que su feliz vida se descontrolara, este predicador de Texas se cambia de nombre y se va a Louisiana y comienza a predicar en la radio.
El film se sitúa en la tradición de otros títulos anteriores del cine americano como 'El fuego y la palabra' (Elmer Gantry) (1960), de Richard Brooks, donde también tenía un excelente trabajo Burt Lancaster, o 'Un rostro en la multitud' (1957), de Elia Kazan.
La diferencia con éstas es que el protagonista no es el clásico charlatán, sino un pastor convencido de su misión, firme creyente, buena persona, que se deja llevar por un arrebato de ira y comete una mala acción.
El guion está muy documentado y los personajes bien construidos, aunque abusa de la palabra y de insistir constantemente en los sermones del predicador.
Esta forma de practicar la religión, a la que no estamos acostumbrados, a veces se nos antoja ridícula con tanto fanatismo o fervor excesivo.
Un mejor trabajo como actor (por el que fue nominado una vez más) que como director, aunque lo hace de forma muy correcta y sin divismo.
A pesar de que su personaje es el principal protagonista y está todo el tiempo en pantalla, también le da su sitio a los demás actores, como Farrah Fawcett y Miranda Richardson.
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