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CRITICA
Por: PACO CASADO
Puntual a su cita anual nos llega una nueva película de Woody Allen, alabada por algunos, denostada por otros desde que se presentó en la pasada Mostra de cine de Venecia.
Al igual que en su día se le achacó que siempre exponía los mismos temas, sus neuras y obsesiones, ahora se le encaran otras cosas.
Allen es un maestro de la comedia, pero a veces nos demuestra que también sabe hacer un cine serio, fijándose en sus maestros Bergman y Fellini. Y para contentar a aquellos que le querían hacer cambiar derivó en ocasiones al cine de intriga y misterio, como si fuera Hitchcock, en 'La maldición del escorpión de Jade' (2001), 'Misterioso asesinato en Manhattan' (1993), y más recientemente en 'Match Point' (2005) y 'Scoop' (2006) y en ello encauzó la llamada trilogía londinense que viene a cerrar 'Cassandra's Dream' (2007).
A pesar de su intriga Allen vuelve a volcar en ella nuevas inquietudes como es la preocupación por las relaciones familiares y aquí en concreto por las fraternales, en las que se encuban la ambición, el remordimiento ante el delito cometido y el afán de redención para expiar la culpa.
Si en otro momento era la historia en versión femenina de 'Hannah y sus hermanas' (1986), aquí es la masculina de dos hermanos que con gran esfuerzo se compran un barco para los fines de semana. Terry es mecánico, bebedor ocasional y empedernido jugador, lo que pone en peligro su matrimonio; Ian ayuda a su padre en el restaurante y se hace pasar por alguien con negocios hoteleros en California cuando se enamora de Angela Stark, una actriz en ciernes, a la que desea encandilar.
Ambos tienen problemas económicos que vendrá a solucionar Howard, su millonario tío de América, aunque a cambio les pide que le hagan un gran favor.
El genio de Manhattan vuelve a bucear en el interior del alma humana, a disecar su naturaleza, a investigar dónde está el límite de la ambición de estos dos hermanos de clase trabajadora, la lealtad y la comprensión.
No cabe duda de que se le pueden poner pegas a su trabajo en esta ocasión, ya que la realización no parece suya, algo plana y sin inspiración, pero con el suficiente oficio para sacarla adelante y entretener al espectador.
En cuanto al guión es simple y previsible, con un tono realista y un final precipitado, que tiene influencias de muchos autores, con una crítica superficial al materialismo de la sociedad consumista actual de la que hace un análisis moral que le sale bastante pesimista, pero sin su sello de ironía y mordacidad en los diálogos en ningún momento.
Los personajes están menos cuidados que otras veces, presentados con rapidez, recayendo el peso de la interpretación en el escocés Ewan McGregor y en el irlandés Colin Farrell, cuyos sueños acaban en pesadilla, motivado por el destino y los remordimientos que juegan un papel clave. A su lado destaca la breve pero estupenda labor de Tom Wilkinson.
Una novedad es que esta vez Allen encarga una banda sonora a Philip Glass, en lugar de utilizar sus discos de siempre, para ilustrar este drama de suspense con tragedia familiar incluida.
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