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CRITICA
Por: PACO CASADO
El director Mario Camus vuelve a rodar un guion propio tras algunas adaptaciones que no resultaron demasiado logradas.
Es el cine que prefiere, el de personajes y sentimientos, que transmiten emociones de una manera sólida y reflexiva, que esta vez enmarca en el policiaco con algunos apuntes sobre el terrorismo que dan el tono dramático a esta historia.
Martín, un hombre sencillo, panadero en un pueblo de Cantabria, es obligado por su madre a buscar a su hermano Pablo, terrorista arrepentido, que falta hace diez años, y que padece manía persecutoria.
En su huida llega a Dinamarca donde es curado por Dubbini, un psiquiatra argentino, que también ha huido de la dictadura militar de su país.
En la búsqueda Martín tropieza con Berta, una enigmática mujer, que cambiará su existencia.
La violencia no convence a nadie y es igual de destructiva para las víctimas como para los verdugos.
Esta es una de las teorías que se desarrollan en esta historia, a través de una violencia dramática y no de efectos especiales.
El film, que es una reflexión sobre las consecuencias de la violencia, tiene un buen arranque y después se dedica al análisis introspectivo de la conducta de los pocos personajes, a través de un guión bien construido que tal vez tenga un único defecto: la acumulación de historias paralelas, algunas tan sólo apuntadas, que se podían haber suprimido perfectamente sin dañar la integridad del conjunto.
Una buena puesta en escena y dirección de actores que encuentra materia dúctil en el estupendo reparto, con un sólido Carmelo Gómez que da muy bien el tipo, una magnífica Claudia Gerini en la enigmática Berta, uno de los personajes con más peso y posiblemente su mejor papel hasta ahora, y muy bien, como siempre, Miguel Ángel Solá.
La idea partió de la noticia real de los galgos de un canódromo que iban a ser sacrificados y que en la ficción son recogidos por Martín a los que cuida en una playa cercana al pueblo.
El hecho no deja de ser una metáfora ya que los galgos corren siempre tras un espejismo, una liebre que no es real, y que poco a poco van desapareciendo a lo largo del relato igual que los personajes.
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