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CRITICA
Por: PACO CASADO
El cine japonés está evolucionando y se está haciendo cada vez más moderno en el tratamiento de sus temas ya que antes estaba demasiado anclado en sus costumbres y tradiciones históricas y samuráis, en el que para ellos el paso del tiempo es fundamental.
Naomi Kawase es una de las directoras japonesas más famosas en su país, que fue la ganadora de la Cámara de oro en el Festival de cine de Cannes más joven, en 1997, con su primer film de ficción' Suzaku'.
'Una pastelería en Tokio' inauguró la sección Una cierta mirada y tras pasar por la Seminci de Valladolid, donde resultó ser la mejor del certamen, por tercera vez con su cine, ya que no es la primera ocasión que una obra suya se ve en el festival vallisoletano, llega a las carteleras.
La historia comienza cuando la simpática anciana Tokue, de 76 años, enferma de lepra, se ofrece a trabajar en una pequeña pastelería, cuyo encargado es un taciturno Sentaro, que se ha especializado en hacer dorayakis, un dulce típico japonés relleno con una pasta de judías rojas dulce llamada anko, para ser su ayudante de cocina, donde habla con las judías, y consigue convertir la modesta pastelería en un negocio rentable de gran éxito gracias a su secreta receta.
Tokue está interpretada por la actriz Kiki Kirin, que estaba enferma, como la protagonista, pero en este caso de cáncer, en la vida real.
Podía ser una pequeña película desagradable, sin embargo se trata de una deliciosa y conmovedora historia sobre la armonía, la libertad y la tolerancia que a pesar de su ritmo pausado, sus personajes se hacen querer, con una resolución del conflicto algo previsible, en la que la crisis surge debido a la enfermedad.
A partir de la mitad del film la trama da un giro y se introduce un cambio al conocer algo del pasado de Sentaro, del negocio, de Tokue y de Wakana la jovencita estudiante que acude con frecuencia a tomar dorayakis, a la que le regalan los que sobran, lo que enriquece la historia, ya que todos abren sus corazones para conocer viejas heridas del pasado, vencer el desaliento y mantener sus esperanzas.
La directora Naomi Kawase de 'El bosque del luto' (2007), de la que no hace mucho vimos la estupenda 'Aguas tranquilas' (2014), sacó de sus propias experiencias los argumentos para sus documentales precedentes, cuando la abandonó su padre, la acogió su abuela o de su embarazo y parto.
Una cinta maravillosa, un relato sencillo, en el que la protagonista vende unos pastelillos rellenos de mermelada de judías, la mejor que existe.
A la poesía, que es una constante en su cine, se le une aquí una suave ternura, con la que le gusta reflejar la vida de las personas normales o marginadas en su cotidianeidad.
Es la primera película de esta directora basada en una novela, la de igual título An (Mermelada de judía roja), de Dorian Sukegawa, que tuvo que acortar con permiso del autor, que es todo un canto a la vida, en la que lo importante es dar sentido a la existencia de los demás.
Es la más agradable y asequible de su directora en la que toca como en la anterior, 'Aguas tranquilas' (2014), el tema de la soledad, la enfermedad, la muerte y el conflicto generacional, sin olvidar la presencia de la naturaleza.
En la primera parte aparece la señora en la que enseña el cuidado que ha de tener con las judías para hacer los pastelitos, que resulta muy agradable y se pone más dramática en los metros finales, siendo no obstante una metáfora de la vida y de la alegría de vivir.
Un film muy bonito, dulce, sensible, que no sensiblero, que recuerda al cine de Yasujiro Ozu, pero en moderno.
Kiki Kirin está muy bien, como los demás actores, entre ellos Kyara Uchida que es su nieta en la vida real.
Pasó por los festivales de Cannes, Chicago, Melbourne y Valladolid donde ganó la Espiga de plata a la mejor dirección.
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