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SINOPSIS
Rachel tiene 40 años, no tiene hijos. Ella ama su vida: sus estudiantes de secundaria, sus amigos, sus ex, sus lecciones de guitarra. Al enamorarse de Ali, se encariña con Leila, su hija de 4 años. Ella la arropa, la amamanta y la ama como si fuera suya. Pero amar a los hijos de otras personas es un riesgo que vale la pena correr...
INTÉRPRETES
VIRGINIE EFIRA, ROSCHDY ZEM, ANTONIA BURESI, YAMÉE COUTURE, VICTOR LEFEBVRE, CHIARA MASTROIANNI, MIREILLE PERRIER, SÉBASTIEN POUDEROUX, HENRI-NOËL TABARY, FREDERICK WISEMAN
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NOTAS DE LA DIRECTORA...
Empecé adaptando la novela de Romain Gary, Au-delà de cette limite votre ticket n’est plus valable (Más allá de este límite, su billete ya no es válido). Una novela que se enfrentaba sin ambages al tema de la impotencia de un hombre. Pero había algo que no acababa de funcionar. No es que no pudiera identificarme con ese hombre que ya no podía tener una erección o que temía que ese hecho ocurriese... Muy al contrario, es posible que me identificara demasiado. Y poco a poco fue surgiendo mi propia impotencia, la de una mujer de 40 años sin hijos que querría tenerlos y que en cierto sentido cría a los de otra persona.
Una madrastra, pero sin ser madre ella misma. Esta situación es tan habitual, dolorosa y vergonzosa como la impotencia masculina y se convirtió en el punto de partida de una historia digna de ser contada. No se había contado mucho sobre este tema.
Ni siquiera tiene un apelativo. Porque el vínculo que llegamos a establecer con los hijos de otra persona, de un hombre al que se quiere y con quien como es lógico compartimos su familia, no solo no tenía nombre (estamos hablando de maternidad, paternidad, no de madrastridad o de padrastridad), además no estaba representado por ninguna figura.
Había una especie de vacío entre la representación de los dibujos animados de la malvada madrastra de las películas de Disney, heredera de un mundo en el que las mujeres morían a menudo al dar a luz y se las sustituía 'a pesar de ellas mismas', por jóvenes malvadas poco preparadas para querer niños que no eran suyos y que representaban una carga. Y también está la madrastra agobiada de familias recompuestas en comedias románticas más o menos logradas.
¿Dónde estaba esa mujer que forjaba un vínculo íntimo y precioso con los hijos, los criaba cada dos semanas durante unos años, sin tener hijos ella misma, asumiendo el riesgo de verse obligada a borrarse de la ecuación una vez terminada la relación amorosa con el padre? ¿Qué hacemos con ese vínculo cuando ocupa un lugar muy importante en una decisión sentimental? ¿Cómo vivir en la misma ciudad en la que viven los niños que hemos arropado, querido y cuidado, pero que ya tienen otros protagonistas en sus vidas?
Quería escribir la película de ese personaje secundario de la historia sirviéndome de las herramientas del cine. Un cine centrado en un personaje secundario, frente a cierto cine de protagonistas que viviendo pasiones y excesos entre el dolor y los conflictos. Quería centrarme en otra gama de sentimientos: la amistad entre hombres y mujeres, la ternura entre mujeres, el despecho más que la traición, la melancolía de los encuentros fallidos con la existencia, pero también la excitación de los encuentros felices con el deseo, el erotismo, la alegría que aporta consuelo. Amores de transición, esos que vivimos entre dos grandes historias, y que los americanos denominan historias "por despecho". La chica "por despecho", el chico "por despecho".
Concebí Los hijos de otros en su dimensión melódica, literaria. Hay que leer meticulosamente todos los fundidos a negro, las aperturas del iris, el cielo en las diferentes estaciones del año, como si fueran capítulos de una cuenta atrás en la vida de una mujer, de una pareja, de su deseo.
Pensé mucho en ciertos estudios de costumbres en los que los americanos han destacado tanto como Después del amor de Alan Parker, Kramer contra Kramer, Una mujer libre... Películas que permanecen sobre experiencias banales y colectivas. Películas que tiene un estilo de generosidad musical y sencillez clásica en su construcción, una modestia en la representación de esas relaciones que se crean, se desintegran, se rompen y se luchan.
Los hijos de otros se lo debe casi todo a sus intérpretes, algo que no ocurre en todas las películas. Roschdy Zem, mi gran aliado desde Los salvajes, Chiara Mastroianni, que accedió a participar en algunas escenas porque al filmarlas nos pareció que estábamos rompiendo esa regla según la cual solo suele haber un lugar para un papel femenino importante, no para dos.
Pero por encima de todo, la película ha servido para sacarme la espina del encuentro fallido hace años con Virginie
Efira, que aporta a la película su "cerebro erótico", según la expresión de la novelista Anne Berest (que también actúa en la película). Su inteligencia interpretativa, su generosidad, su dignidad la convertían en heredera de las figuras de esos estudios costumbristas cuya sombra se cernía sobre la película, la tutelaba: Jill Clayburgh, Meryl Streep, Diane Keaton. Mujeres que me conmueven y en las que me reconozco, para las que la feminidad no es un hecho, sino un invento propio. Su manera de moverse, su dicción, sus reacciones, su seducción: En Virginie no existe la feminidad en sí misma, sino una voluntad, feroz y obstinada, de serlo. De construir la persona que quieres ser. Y eso me gustaba ella.
Por una ironía del destino, cuando ya no lo esperaba, descubrí durante de la preparación de la cinta que estaba embarazada y filmé esta película esperando un hijo que nació unos días después del final de las mezclas. Tuve la sensación de filmar esta carta de amor, de solidaridad con las mujeres sin hijos -nulíparas, como dicen los médicos- sin pertenecer ya del todo a esa comunidad, pero sin pertenecer todavía a la otra.
Con Los hijos de otros quise hacer una película que simplemente echaba de menos.
ENTREVISTA CON VIRGINIE EFIRA...
¿Qué te evocó el título de Los hijos de otros cuando leíste el guion?...
La idea de un personaje poco visto en el cine. La madrastra, la que cuida de hijos ajenos, suele ser un personaje secundario, más bien utilitario. Rebecca decidió colocarla en el primer plano. Centrarse en el vínculo entre ese personaje periférico y una familia “de adopción”. Aborda a la vez un personaje clásico que no se había visto nunca de esta forma, y la cuestión de la feminidad. Ella coloca a Rachel en el centro de una historia totalmente contemporánea. Se las ha arreglado para hacer lo que decía Flaubert: "Para que una cosa resulte interesante, solo necesita que la observen durante mucho tiempo". Y hay mucho de eso en mi personaje, que no es ni una loca ni una inconformista original. Es una persona bastante normal, discreta, y Rebecca la observa durante mucho tiempo tal y como es. Y nos la da a conocer desde todos los puntos de vista: él de su libido, de sus relaciones familiares, de sus amigos, también de su relación con este hijo de otra persona, porque cuando me refiero a la conmovedora contención de Rachel, no se trata sólo de la maternidad, sino también de su lado femenino.
¿Sentiste eso en cuanto leíste el guion?...
Cuando lo leí, lo que me conmovió fueron las cosas vacías. Es lo que yo denomino el rinconcito, ese lugar donde no se tienen demasiados problemas para colocarnos en segundo plano, detrás de los demás, y en este caso detrás de alguien, de ese hombre que ama y al que, al comportarse así, le está diciendo: "te cedo el sitio". Rachel es interesante porque no quiere por nada del mundo hacer el papel de LA madre. Quiere permanecer en un segundo plano en relación consigo misma y también a veces en sus relaciones amorosas.
¿Hablaste de todo eso con Rebecca Zlotowski?...
Muchas veces, cuando te encuentras con un papel, a veces tienes la impresión de que es posible que el director esté hablando de él o de ella, y de repente te das cuenta de que también está hablando de ti y que todo está entrelazado. Con Rebecca, hablé sobre lo que nos unía, sobre lo que queríamos hacer y por qué. Hablamos sobre todo de eso en lugar de definir claramente un personaje. También hablamos sobre el vínculo que íbamos a establecer en esta película, cómo vemos las cosas, de la pasión de trabajar todos juntos. Y también sucedió con Roschdy Zem también, algo que podía producirse y que a veces sucede en un plató de cine. ¡Y fue lo que pasó! En este rodaje había algo especial, bastante fusional, una comprensión que no necesitaba articularse, nombrarse.
Háblanos de tu compañero Roschdy Zem...
Es maravilloso. ¡Roschdy se reinventa constantemente! Hace cosas en la película que nunca hubiera hecho antes. Me encanta su trabajo desde hace mucho tiempo. Es alguien con una curiosidad que le hace huir de las modas, de los caminos trillados. Busca, no sabe exactamente quién es, y eso es maravilloso, sobre todo cuando ves la enorme calidad que impregna toda su carrera. Todo le interesa, todo le maravilla. La verdad es que no nos conocíamos, aunque gracias a sus papeles ya había visto la increíble fuerza que emana de él. Nos hemos llevado muy bien. Yo estaba segura que nuestra pareja en la pantalla iba a funcionar. También veo en él una manera de ser hombre, porque destila algo tangible. Y esto encajaba con la película que quería hacer Rebecca a la hora de contar su historia. Él y yo somos bastante concretos y eso nos permite situar la historia en un lugar que no es etéreo, sino orgánico. Creo que esa manera de ver las cosas nos permitió mantener una relación fluida. No tiene una actitud egocéntrica. Ha dejado atrás ese tipo de cosas. Quería sumergirse en esta historia y por esa razón se desnuda en todos los sentidos de la palabra.
Rachel también es un personaje que se desnuda en todos los sentidos de la palabra...
La desnudez en el cine no es nada nuevo, ¡al menos en lo que a mí respecta! Pero es la primera vez que hago una escena de desnudo que resulta divertida porque el cuerpo tiene partes blandas y cuando te mueves mucho resulta muy gracioso. Esa escena de desnudo no tiene ninguna finalidad sexual, así que fue divertida rodarla, aunque también fue muy intimidante. Estaba desnuda en un exterior y había gente que podía verme. Por ejemplo, no podía taparme con el cuerpo del otro, o con el erotismo de una escena como me ha ocurrido en otras películas. En esta ocasión estábamos allí, totalmente desnudos, moviéndonos en todas las direcciones. La verdad es que fue muy cómico. Es difícil filmar desnudos. A mí solo me interesa cuando es de sumo interés para el director o la directora. Hay que encontrar el lenguaje particular del cuerpo, la manera precisa de moverse, sentir que estamos todos juntos en la misma película, de una manera casi religiosa, trascendente, y comprender que estamos haciendo algo que es superior a nosotros mismos.
¿La manera de Rebecca Zlotowski de dirigir a los actores permite que ocurra de esa manera?...
Sí, ocurre de esta manera gracias al carácter y a la determinación de Rebecca. Está muy segura de lo que quiere ver, a dónde quiere llevarnos. Tiene un tipo de energía que te impulsa a seguirla, a darlo todo. Es una mirada extremadamente lúcida, un estímulo sistemático que te empuja a ir más lejos, a ver que las cosas van progresando. Ella nunca transmite al actor la idea de querer hacerlo bien, ¡lo que quiere es que lo haga! Así de sencillo. Es muy buena en ese aspecto. También te da claves cinematográficas que no pertenecen al ámbito de la psicología. Por ejemplo, en la escena del encuentro entre mi personaje y el de Roschdy Zem, Ali, yo quería añadir muchos detalles. Y ella lo resumió todo con una imagen despojada de todo artificio. Me dijo: "Quiero que sea como en una cinta transportadora". Rebecca es súper amable y ejerce la autoridad de una manera muy suave. Impide cualquier sacralización del momento. Además, cuando compartes los mismos gustos, piensas de manera muy parecida. Roschdy, ella y yo trabajábamos en ósmosis.
¿Cómo trabajaste en la silueta de Rachel?...
Al principio no teníamos las mismas ideas sobre el vestuario de Rebecca, pero al final nos pusimos de acuerdo en una silueta común. Cuando hablábamos juntos sobre Rachel, definíamos por ejemplo un gesto de mi mano tocándome el pelo como lo haría una actriz como Julia Roberts en sus películas, es decir, una melena grande y rizada que tienes que retirar para que se vea la cara.
¿Y después?...
Tenía que encontrar un estilo que me ayudara a comprender a Rachel, que es profesora de francés en un instituto. Primero lo cargamos con demasiado significado y después le quitamos muchas, muchas cosas. Por encima del vestuario, está la manera de moverse de Rachel que siempre está relacionada con su forma de pensar. Había que encontrar su nivel de energía. Siempre le robamos cosas al director. En mi caso, yo tomé pequeños elementos físicos de Rebecca que revelan su manera tan rápida de pensar. En el plató hace gala de una gran seguridad que yo también tengo en cierto modo, incluso cuando me refiero a mis complejos. No hay apariencia de fragilidad, ni en ella ni en mí. Bueno, no demasiada. Se trata sobre todo de un lenguaje gestual que deja a la vista un lenguaje afectivo, sensorial y que no es necesariamente intelectual.
¿Y también cinematográfico?...
Sí. Rebecca me enseñó películas de Diane Keaton que me inspiraron mucho para reproducir la actitud corporal de Rachel. Hay en Keaton cierta movilidad en su rostro, cierta cortesía en su sonrisa que también tiene mi personaje: la cortesía de la sonrisa y también la importancia de la risa. Me marcó especialmente Después del amor de Alan Parker. Es un cine americano popular, accesible, exigente y profundo, que consigue que el tema que aborda conserve siempre cierta altura. Para Rebecca y para mí, eran maneras adicionales de juntarnos, de compartir una visión. Me dio libertad para tomar, usar o no lo que quisiera de lo que había visto, por ejemplo, en el estilo interpretativo de Diane Keaton. Y después están las películas que tienes en mente que para mí son las de Claude Sautet y Romy Schneider. Pienso en Una vida de mujer, en la que Schneider comprende a los hombres de una manera divertida y distante pero nunca dice: "los hombres son todos unos bastardos, pero les perdonaremos todo". En Sautet como en Los hijos de otros se trata más bien de una mirada femenina que ni busca ni pide nada a los hombres, sino que observa sin juzgar.
¿Y también es feminista?...
Sí, en cierto sentido. ¿Qué es una película feminista? Es una película que observa a una mujer durante mucho tiempo, colocándola en una posición compleja. La película es exactamente eso y además de una manera que es extremadamente contemporánea y que se dirige a todo el mundo. También es una película popular que aborda un tema poco habitual y accesible sobre la maternidad, sobre esa posibilidad de que la mujer pertenezca a ese gran espacio común que significa ser madre. También se aborda un período, una idea: si quiero ser madre, no tengo que esperar a tener 68 años para decidirlo. Es una realidad de la que ninguna mujer escapa, que tenemos que resolver de una manera u otra.
Es lo que más te importaba: ¿abordar esa cuenta atrás que te dice que después de cierta edad una mujer ya no puede ser madre?...
No es solo eso. Para mí, más que la relación con la maternidad, la película me interesa de más globalmente por la siguiente idea: ¿Qué pasa y qué queda en esta vida que es corta y larga a la vez? La película no solo se centra en la idea de que Rachel encuentre su lugar, que comprenda quién es, que es algo muy complejo. También debe encontrar un lugar con un hijo del que no es la madre, y eso es otro tema. ¿Nos comprometemos a fondo o no? Estamos en constante desequilibrio porque siempre nos preocupa respetar al niño. Tienes que esperar a que te asignen un lugar, y después es difícil atreverse a tomarlo. Rachel intenta encajar en la vida de este niño, y es obvio que evita cualquier rivalidad entre mi personaje y el de la madre del niño. Ese no es el tema.
¿Cuál es el tema?...
Existe ese gran deseo orgánico de querer ser madre y que Rebecca consigue manejar extremadamente bien. Ese momento en el que queda poco tiempo es muy complejo. Y además está ese vínculo tejido con un hijo que no es suyo, que es bastante prodigioso y necesariamente frágil porque nunca se sabe cuándo se va a romper. Es un vínculo que siempre está en el aire. ¿Cómo te las arreglas para ser tú misma cuando estás en esa situación? ¿Qué derechos tienes después? ¿Cómo se dice adiós? ¿Cómo entras en la intimidad de una familia que al principio no es la tuya? Rebecca logra transmitir una especie de estado que está siempre en alerta con la idea de intentar hacerlo bien, de forjar un vínculo. A nivel personal, ese vínculo con un hijo que no es tuyo es algo que siempre me ha gustado muchísimo. De hecho, me pregunto si a veces he elegido a los hombres por el hecho de que tenían hijos. Me gustaba ver al hombre en esa situación, tal vez porque pensaba que podía ser útil o porque me ponía en esa famosa posición de situarme "detrás" de ese vínculo.
¿Es una película que marca más que otras?...
¡Totalmente, totalmente! Haciéndola y viéndola. Rebecca llega hasta el final de lo que quiere hacer y lo hace dándote una gran libertad para que hagas propuestas. Mientras descubría la película, vi esa sonrisa cortés de la que de la que no me había dado cuenta en ese momento. ¡Siempre me estoy riendo! Es precioso. Además, también es una película sobre el coraje visto de una manera extremadamente sencilla. Rachel no es alguien que salva vidas, tiene el coraje de vivir su vida con una dignidad muy clara que me parece hermosa y que el hombre que ama no siempre es capaz de ver. Él no entiende del todo la manera en la que Rachel se compromete con el niño ni en la importancia de ese compromiso representa para ella.
¿Y para concluir?...
Me gusta la relación de mi personaje con la vida. Me gusta cómo circula por la ciudad, cómo la hace suya. ¿Cómo cruzamos una calle? ¿Corremos o no corremos? ¿Esperamos cuando el semáforo está en rojo? ¿Cómo abrazamos la vida? Me gusta que sus amigos vengan a cenar, me gusta que hable por teléfono... Todo es fluido, extremadamente sensorial.
ENTREVISTA CON ROSCHDY ZEM...
¿Cómo ves a Ali, tu personaje?...
Tuve una visión bastante similar a la de Rebecca Zlotowski, la directora. Ali es un hombre de su tiempo. Está en una edad en la que se hace preguntas existenciales sobre su futuro: seguir teniendo hijos o, por el contrario, parar, disfrutar de la vida. Yo conozco todas esas preguntas. He pasado por ellas. Estamos en una época en la que ser hombre ya no significa pertenecer a un patrón clásico. Ahora todo es posible, aunque hay algunas cosas que resultan inquietantes para un espíritu masculino como el de Ali. Se hace muchas preguntas sobre su realidad, sus deseos, sus metas, a diferencia de la generación de sus padres para los que todo estaba trazado con total claridad. Ali es la encarnación de todo eso, es un cuarentón del siglo XXI.
¿Solo es moderno en ese aspecto?...
No solo en eso. También es moderno por su lado femenino. De hecho, es el personaje más femenino que he interpretado nunca. Y esa es la modernidad del pensamiento de Rebecca. En esta película tenemos la sensación de haber invertido los papeles que estábamos acostumbrados a ver en el cine.
Aquí hay un hombre que está solo con un niño. Por la noche tiene que cocinar. Acuesta a su hija... Esa imagen suele reservarse a personajes femeninos, tanto en el cine como en la vida. La película rompe ese patrón, representa una ruptura. La persona que debe encajar en esa pareja es una mujer. Ella es la que tiene que adaptarse a la situación familiar de Ali.
La parte femenina de tu personaje se refleja en su manera de vestirse....
Sí, se nota en cómo elige su ropa. Tuve que elegir prendas de ropa que no me hicieran más alto, que no reforzaran mi estatura, más bien que la suavizarán. Es lo que estábamos buscando: algo muy suave, sensible, delicado, casi torpe. A Rebecca se le ocurrió inmediatamente refinarlo todo un poco. Sobre todo, no quería que llevara botas demasiado gruesas, demasiado varoniles, ni tampoco un abrigo grande, sino solo cosas que revelaran algo infinitamente vulnerable en Ali. Rebecca también quería que la categoría socio-profesional de Ali, que es ingeniero, se detectara en su ropa para que el público pudiera sentir el lado tangible de mi personaje. Le importaba que yo llevara corbata en el trabajo. No me han visto muchas veces con una corbata...
¿Cómo se inspiró Rebecca Zlotowski en ti para construir tu personaje?...
Rebecca y no nos conocemos muy bien. Hicimos juntos la serie Los salvajes. Después empezó a escribir la adaptación cinematográfica de la novela de Romain Gary, Au-delà de cette limite votre ticket n’est plus valable, en la que yo tenía que encarnar al papel protagonista. Curiosamente, esta historia se transformó en un retrato más femenino, en primera persona, y se convirtió en Los hijos de otros. Escribió el papel de Ali pensando en mí. Logró hacer una amalgama entre el hombre que soy y los hombres que ella ha conocido. A través de Ali, detecté varias personalidades encarnadas en un solo personaje. Nada de lo que me pidió que hiciera me pareció inconsistente o inverosímil. Una vez más, Ali es un papel que ha conseguido que me haga más preguntas que nunca. Entiendo todo lo que hace, aunque no siempre comparto todas sus decisiones. Y también me gusta esa especie de paradoja de encontrar a la mujer ideal mientras me hago preguntas sobre la viabilidad de una vida en común.
La intimidad de la pareja también está filmada de forma muy moderna, sobre todo en sus momentos más desnudos. ¿Cómo interpretaste eso?...
Abordamos enseguida el tema de la desnudez. Me he enfrentado muy pocas veces a ese tema en el cine. No estaba preparado. En este caso ha sido más fácil, sobre todo gracias a la mirada de Rebecca, que hace que asuma todas las facetas de mi personaje. Me he sentido seguro. La desnudez sigue cuestionando la faceta femenina de este papel, su abandono. La escena en la que me ves desnudo en la ducha, es él quien se ducha, y es él quien se deja dominar por la mujer que ama, y que lo ama. Aquí también se invierten los papeles que suelen verse en el cine. Me encantó ser un testigo activo de esa situación. Tengo la impresión de participar en un revival, en un cambio de visión en el cine. Yo estaba al servicio de eso. Me encantó, sobre todo teniendo en cuenta mi trayectoria. Las mujeres toman el lugar que les corresponde ocupar en la sociedad. En el cine, en su papel de directoras, aportan algo más. Me encanta que quieran trabajar conmigo. Me hace muy feliz. Me llevan a un lugar con el que nunca me había enfrentado antes. Por ejemplo, ya no soy ese personaje marmóreo del cine. De hecho, en algunas secuencias en la película de Rebecca me siento dominado sentimentalmente.
¿Qué aporta a Ali el hecho de ser músico?...
Ali es un músico aficionado, su trabajo es ser un alto ejecutivo. Es su hobby. Su cuota de soledad que comparte con los demás. El tema de la música no me resultó nada fácil. Me gusta la guitarra, la toco mucho, pero soy muy, muy malo. Virginie Efira y yo tuvimos que aprender una pieza muy complicada de tocar. Ensayamos mucho tiempo, ¡pero al final la secuencia se eliminó! Pero, casualmente, esa relación con la música nos acercó un poco más a nuestros personajes, nos permitió unirnos y eso es esencial, sobre todo cuando estás tratando con una actriz que no conoces en absoluto.
¿Cómo fue rodar con Virginie Efira?...
Se acerca a la denominación de compañera perfecta. Estás a gusto con ella. Está ahí para trabajar, pero también para compartir con generosidad y humor, sin apartarse nunca de la realidad. Es fascinante. En el plató de cine conserva un vínculo muy fuerte con la vida real y eso me tranquiliza mucho. Su hija venía al final de cada día de rodaje para que hiciera los deberes en su camerino. Eso me impactó. Veo en ella algo a lo que estoy muy apegado: esa sensación, esa conciencia de vivir unas condiciones de vida privilegiadas que acompañan a nuestra profesión, y eso me gustó muchísimo. Es una compañera excepcional. Entiendo por qué tiene éxito. Tiene talento y también se refleja en su manera de comportarse. Tiene una faceta de "girl next door". Es como todas las mujeres de su generación.
Y también se puso al servicio de la película. Ha ido hasta el final y eso es lo que me gusta. Y su fuerza reside en que no sufre. Da mucho cuando actúa, se deja la piel y eso es algo que aprecio mucho. Pero pone sus límites y ese límite, el de no sufrir, es fundamental para seguir adelante. Soy de los que piensan que no hay que sufrir para interpretar un papel.
¿Qué descubriste cuando viste la película?...
Vi el fruto del trabajo realizado con la niña que interpreta a mi hija. Cuando Rebecca eligió a la pequeña Callie Ferreira-Goncalves, era una niña muy reservada y muy tímida. Eso me descolocó. ¿Cómo iba a abrirse en un plató de cine? La paciencia que desplegó Rebecca fue totalmente mágica y eficiente en el plató. Entre toma y toma, Callie se acurrucaba a menudo en los brazos de su madre, pero en cuanto se ponía a actuar, se volvía muy abierta. Lo cierto es que ella también aporta cierta magia. Daba muestras de una gran fragilidad así que cada momento que nos dio fue como un regalo.
¿Te ha ayudado ser padre?...
Soy padre y lo asumo. Sé lo que significa hablar a un niño, quererlo, acostarlo, enfadarte con él... Todo eso lo conozco, así que no teorizo al respecto. No lo necesito. Para mí es una realidad. Mi memoria hace el resto.
¿Qué opinas del tema de la película sobre esas mujeres cuarentonas que quieren ser madres y cuyo sufrimiento no suele percibir la sociedad?...
Yo fui un testigo indirecto de eso. Soy muy amigo de Rebecca. Lo que se les pide a las mujeres es muy delicado, muy difícil. Deben formar parte activa de la sociedad en el aspecto profesional, formar una familia y tener hijos. Y eso no es nada fácil si eres una mujer que quiere tener una carrera profesional de éxito y al mismo tiempo eres consciente de que la realización personal y maternal solo es posible hasta cierta edad. Los hombres no pensamos en eso. No somos del todo conscientes de ese problema porque nunca nos enfrentamos a esa situación. Esta película es importante porque nos permite hablar de todo eso. Te das cuenta de la importancia del problema cuando hablas con la gente. Es un tema fundamental para las mujeres. No podríamos haber hecho esta historia hace veinte años, porque nadie había pensado en este tema. Soy, fui testigo de esto y confieso que nunca pensé que vería esta historia en el cine. Es un tema que, como hombres, se nos escapa por completo. No somos lo suficientemente generosos.
¿Hay alguna frase o palabras que recuerdes de la película?...
No recuerdo una frase en concreto. Pero hay algo que siempre me resulta muy inquietante. Es la decisión que toma mi personaje "para la pequeña", no para él. Esas palabras terribles "para la pequeña". No puedes infligir eso a un niño. Estás haciendo recaer sobre sus hombros toda la responsabilidad por la situación de su padre. Es un peso enorme y fuera de lugar para un niño. ¿Qué hará con ella cuando crezca? ¿Cómo puede un padre al articular esas palabras decirle a su hijo:
"Ves lo que estoy haciendo por ti"?
Y por último háblanos de Ali...
Para mí, como actor y como hombre, interpretar el personaje de Ali es diez veces más interesante que cualquier cosa que me puedan ofrecer hoy en día. Es decir que los hombres de hoy no son más fuertes que las mujeres, que ya no se trata de confiar en ellos con los ojos cerrados, porque sí, podemos hacer el tonto, no estar a la altura, como cualquier persona. Siempre ha sido así, pero esta película lo demuestra a la perfección.
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