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Recordando... UN CINEASTA OLVIDADO: AZORÍN
  Algo pasa con Azorín. Sus escritos viven, reviven y una nueva oleada admirativa alcanza su nombre.

   
 
  

   Algo pasa con Azorín. Sus escritos viven, reviven y una nueva oleada admirativa alcanza su nombre. Desde un punto de vista popular, él y Ganivet son los hombres del 98 menos conocidos.
  En ningún caso el número de páginas leídas en Azorín alcanza la cifra que el universitario, el joven en general, ha dedicado a Baroja o Unamuno. Incluso Valle-Inclán es algo más conocido que Azorín.
  Llego a estas especulaciones estadísticas después de unos sondeos particulares y consciente de estar manejando matizaciones peligrosas.
La desnuda verdad sigue siendo que nadie lee a nadie en un porcentaje abrumador. Conclusión nada sorprendente cuando el no saber leer, y el leer con dificultad sobre todo, siguen siendo hechos rurales cotidianos.
  Se justifica, por lo tanto, la atención a Azorín en cualquier caso. El acercamiento a su persona desde un punto de vista cinematográfico se debe además a una doble faceta simultánea en su obra.
  Una, el Azorín crítico, con su vertiente última de crítico cinematográfico, y la otra, el Azorín creador de imágenes en sus textos, imágenes de su pluma-cámara, no superada después por nuestras cámaras-pluma, habitualmente cámaras-brocha gorda.

  En 1953, y dentro de la serie de artículos que forman el “El efímero cine”, en 1953, cuando los movimientos críticos actuales aún no tenían ni el más leve asomo de existencia, Azorín escribe “He advertido en mi frecuentación del cine la incontestable superioridad de cierta nación allende el mar. Quedé sorprendido; juzgaba, sin desestimar a este país, que no era el arte donde despuntaba, a pesar de Poe, a pesar de Longfellow, a pesar de Emerson. No estaba yo en lo cierto; las obras producidas en este país me han puesto ante los ojos un arte fino, profundo. Iba viendo también con la misma sorpresa, con el mismo asombro, que el plantel de actores al servicio de este arte no se agostaba; incesantemente se producían actores perfectos, consumados. Cada papel encontraba su actor: la adecuación era irreprochable en la edad, en el físico, en los movimientos, en los modales, en la expresión. El crítico avanzado, precursor de posturas similares, joven iconoclasta por lo que una afirmación de este tipo suponía en pleno auge del neorrealismo, tenía en 1953 ochenta años de edad.”
  Por lo demás “El efímero cine” puede resumirse como un conjunto de discrepancias frente a los films históricos, en los que los abundantes conocimientos del autor se encuentran en desacuerdo con las aberraciones temporales y otros anacronismos observados en la pantalla. Sin embargo Azorín, en sus continuadas invenciones lingüísticas -que le emparentan con la nouvelle vague-, llama allí a los directores “pantallistas” y se resiste a minimizar todo lo que a cine se refiera. Así: “No me avengo a designar las obras de cine con el vocablo “Película”, es decir, “pielecita”, como la tástana en la granada, la fárfara en el huevo, la bizna en la nuez. Repugno este diminutivo humilde para obras grandes”.

  Es uno de los primeros en denunciar la deserción ante el cine de los cerebros más capaces: “No comprendo cómo mis compañeros novelistas, ensayistas, poetas, no prestan su atención a un arte que lo es intensamente del presente y que lo será de lo porvenir”.
  Prescindiendo del aspecto Azorín crítico de cine, aspecto que el propio autor rechaza como hombre no versado en interioridades técnicas de una industria que desconoce, lo valioso, lo que me lleva a preparar un extenso trabajo cuyo planteamiento inicial es este artículo, es el Azorín creados. El Azorín eminentemente visual, hombre de cine en potencia, con páginas enteras traducibles a imágenes, sin retoques. Sin violaciones de película virgen existen en su obra imágenes mucho más admirables que las de las vírgenes películas violadas por los directores (antipantallistas) en ejercicio.
  Y su Godard afirma que ya teníamos el teatro (Griffith), la poesía (Murnau), el baile (Eisenstein), la escultura (Resnais), la música (Renoir), sólo queda afirmar como paso inmediato la realidad palpable de Azorín, cineasta de la literatura.
  Se dirá que con semejante razonamiento la historia del cine se puede ver acrecentada por la inclusión de todo hombre admirado, pero se dirá tarde, porque del propio Azorín son las siguientes palabras: “¿Se hubiera apasionado del cine Montaigne? ¿Se hubiera apasionado Goethe? ¿Se hubiera apasionado Cervantes?. En los tres casos contesto resueltamente que sí. Han vivido con intensidad el momento presente, con esa fugaz intensidad que engendra en sí desvanecimiento, melancolía. Y eso es el cine”.

Textos escritos en 1965 por GONZALO SEBATIÁN DE ERICE

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