Mil novecientos sesenta y cuatro ha sido el año de Jerry Lewis. Cierto es que ya le conocemos bastante bien.

   Se trata sólo de poner un poco de orden en las ideas que nos han ido sugiriendo nuestro delirante amigo. Si es que este orden, hablando de Jerry Lewis, es posible…
  De todos modos, lo que aquí no se diga, pues por supuesto, no vamos a escribir un artículo exhaustivo, puede intentar encontrarlo el lector en el esquema de “El profesor chiflado”. Y ahora procedamos a descubrir el Mediterráneo…

  A Joseph Levitch, allá por los años treinta y tantos, sus compañeros de la Irvington High School le habían puesto por mote “Id”. “Id” era de Neward, en el estado de New Jersey, allí había nacido el 16 de marzo del año 1926.
  Pasados unos años, al joven Joseph le dio por el mundo del espectáculo. Sus primeras apariciones fueron en la orquesta de Jimmy Dorsey. Por esta época ya se llamaba Jerry Lewis y cantaba.
  Poco tiempo después conoció a Dean Martin y formaron pareja. Hasta 1949 actuaron juntos en las mejores salas de fiesta del país y en algún que otro show para la televisión. Ese mismo año les contrató la Paramount para intervenir en la película de George Marshall “My friend Irma”.
  Jerry es hoy un director incansable y un actor magnífico que alterna sus propias películas con otras dirigidas por Tashlin y que aún encuentra tiempo para realizar dos shows televisados anuales, un par de meses de cabaret en Las Vegas y tres semanas de music-hall en Chicago, aparte de otro montón de actividades.
  Jerry Lewis jamás entra en el plató sin que una fanfarria, especialmente contratada para ello, estalle literalmente, recibiéndole con el redoble sincronizado de sus tambores.
  Jerry siente una verdadera pasión por la electrónica, pasión que rebasa los límites del simple hobby, por cuanto que Jerry posee una sala perfeccionada de montaje y ha inventado dos sistemas nuevos de control técnico: uno consiste en utilizar cuatro receptores de televisión, sincronizados con sus cámaras, que le permiten, en pleno rodaje, confrontar al segundo sus propias tomas; el otro, un complejo de sesenta micrófonos distribuidos por el estudio que adelantan en varias horas la regulación del sonido para cada escena rodada. En cuanto a su propia casa de Los Angeles, es una imagen fiel de la mansión electrificada que aparece en “¿Qué me importa el dinero?”.

  El proceso de Jerry Lewis en marcha hacia sí mismo puede caracterizarse por un progresivo abandono de la coherencia, en provecho del onirismo, y de la intriga.,. El provecho de la situación. Una vez a punto el personaje, con todos sus mitos y atributos, el camino se abre, necesariamente, hacia un enriquecimiento de aquellos momentos en que la potencia del mimo pueda desatarse libremente.
  En cuanto a los mecanismos de la risa, difieren bien poco de los inventados o empleados por Frank Tashlin. La originalidad de Lewis es algo inseparable de él mismo, antes que un acto de creación voluntaria. Jerry transforma cualquier acto-habitual o nuevo, cuando él mismo es el protagonista de dicho acto. Así, un gag provocado por Jerry o del cual es víctima, produce siempre una inevitable sensación de inherencia al personaje.
  Son razones de este tipo, unidas a la tendencia pendular de todo enjuiciamiento, las que han llevado, en virtud de la valoración de Jerry Lewis, a un cierto olvido de Frank Tashlin y de lo que éste supone en el mundo de Jerry Lewis.
  Y, sin embargo, sin Tashlin, jamás o muy difícilmente al menos, habría podido Jerry encontrar a su personaje. Tashlin hizo de Jerry Lewis, el ingenuo agresivo que es hoy.
  Pero hay dos efectos en los que Lewis es maestro, independientemente de que Tashlin los emplee o no: la elipsis y su efecto contrario, la minuciosidad lenta, implacable y agobiante.

  Hay una cierta delicadeza, un lado débil y precioso en el personaje de Jerry Lewis, que le hace especialmente vulnerable. Jerry intenta atraer sobre sí la compasión, quién sabe si para lograr cierta humanidad y poder romper las barreras de cristal que le permiten contemplar el mundo de los demás seres, pero que le aíslan radicalmente de él. El onirismo viene dado por un deseo de crear mundos artificiales donde poder desenvolverse con libertad y que, a la vez, le sirvan de protección contra los peligros del mundo exterior.
  Desplazado, loco, niño, misógino, marciano, delicado, agresivo, narcisista, desprendido, cruel y genial, la puesta en escena de Lewis cineasta no tiene otra misión que la de dejar creer que ha sido totalmente imaginada por el personaje que encarna el Lewis comediante.
  Los ejemplos son numerosos, tanto en “El profesor chiflado” como en “Un espía en Hollywood”.

Texto escrito en 1965 por RAMÓN G. REDONDO