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CRITICA
Por: PACO CASADO
La política de autor ciega a veces a los críticos que la siguen que no saben ver los defectos o metedura de pata de sus directores favoritos, ya que hasta el mejor escribano echa alguna vez un borrón y así les ocurre con el director colombiano Rodrigo García que se declara no religioso y humanista.
El cine religioso es un subgénero que va dirigido a los creyentes aunque a veces lo haga con trazas de gran espectáculo y amplíe así el posible público clientelar.
Los evangelios tan sólo dicen de los 40 días de Jesús en el desierto que se dedicó a ayunar y a orar, además de ser tentado por el diablo en varios momentos.
Rodrigo García se inventa una parábola y aprovecha para imaginar lo que pudo haber pasado en ese tiempo con la figura de Jesús (Yeshua) al que ve como un simple ser humano en medio de una crisis existencial y olvida la doble naturaleza de Dios y Hombre.
No tiene un propósito religioso, porque él no lo es, y sólo le interesa las relaciones padre e hijo y las cosas terrenales.
El largometraje muestra los tres últimos días en el desierto antes de morir en la cruz en busca de respuestas que le ayuden a entender y realizar mejor su misión.
Sabe que debe seguir su camino a Jerusalén y sufrir las penas
que le aguardan antes de subir al Calvario.
Jesús, fatigado y con alucinaciones, es tentado por un misterioso personaje que puede ser el Diablo, su otro yo, su conciencia, que cada cual puede interpretar quién es, o como un delirio debido al ayuno, enfrentándose a él como una prueba para demostrar su fe y aceptar el futuro que le espera.
Hay mucho contraste entre ambos ya que le cuestiona las decisiones de Dios y le plantea preguntas mientras Jesús parece resignado a su destino.
En su camino se encuentra con una familia formada por la Madre enferma, el Padre y el Hijo, que están construyendo una casa en medio de la nada. El Hijo tiene un conflicto con el Padre, que quiere que se quede en el desierto pero él desea irse a la ciudad en contra de la opinión de éste.
Rodrigo García experimenta un giro respecto a sus películas anteriores. Si en 'Madres e hijas' (1999) resaltaba el papel de la madre, aquí lo hace con la labor del padre. Un director tan preocupado por el alma femenina aquí lo hace con la masculina en esta versión del Evangelio con un Jesucristo muy particular.
Como hemos visto en otras ocasiones éste es más humano y terrenal del que nos tienen acostumbrados, un hombre que busca la meditación profunda a base del ayuno y la soledad en el desierto. Allí descubrimos la verdadera historia del film, la relación padre/hijo y el sacrificio que a veces hay que hacer, lo vemos claro en la relación de Jesús con su Padre.
Es más un drama humano que una homilía con resultado más que transgresor sobre la soledad, que habla de fe y sacrificio.
No hay parábolas, ni milagros y sí adivinanzas. Comprender al hombre para llegar a Dios es un buen camino pero no el elegido en esta ocasión que nos presenta sólo una figura humana.
Hay una doble relación padre e hijo, Jesús con el Padre y los dos miembros masculinos de la familia.
No hacía falta el doble papel de Ewan McGregor, que lleva a confusión de si es el demonio o la propia conciencia de si mismo. El ritmo pausado de la cinta, a veces en exceso, frena constantemente una narración contenida con una reflexión laica.
Toca las dudas existenciales de Jesús con una puesta en imágenes austera para un largometraje minimalista, con una trama algo confusa que no se sabe qué quiere contar de un Cristo humano, nada divino, con debilidades, deseos y dudas, con algunas situaciones totalmente absurdas que no interesan para nada. El resulta es irregular y decepciona.
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