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CRITICA
Por: PACO CASADO
En el Brooklyn de un futuro próximo, David, un ejecutivo de publicidad, que vive con Juliette, su novia, profesora de yoga, con la que tiene una crisis, trata de huir del mundo en el que habita, está obsesionado con las nuevas tecnologías y se refugia en la realidad virtual de los hologramas.
De manera inmediata tendrá que promocionar el producto que ha creado su empresa: lanzar unas gafas de realidad aumentada, de potencial ilimitado, que integra elementos virtuales en el mundo real, que la utiliza para crear un avatar con la novia de su mejor amigo, del que está celoso, y así poder mantener un amor virtual con ella.
Así Sophia creará una fantasía cibernética que terminará escapándosele de su control y no tardará en confundir lo virtual con la realidad.
Pronto lo real y lo imaginado se mezclan con resultado confuso.
Se trata del segundo largometraje de Benjamin Dickinson, que se ha convertido en una de las grandes sorpresas del cine americano independiente de la pasada temporada.
Realizada en blanco y negro, con una fotografía muy cuidada, con un par de imágenes en color en todo el metraje, en donde se desarrolla una utopía futurista en la que manda la tecnología a la hora de expresar las emociones como pueda ser el amor o la pasión, visto a través de una pantalla virtual, lo que puede resultar bastante frío y así ocurre con el devenir de la trama de esta película.
Es una comedia ácida, con cierto humor irónico, con un sabor existencial en donde se critica a una sociedad actual un tanto enferma e influenciada por tanta tecnología, como se puede ver ya por ejemplo con los teléfonos móviles o los ordenadores, que son capaces de hacer acciones que hace poco tiempo eran realmente increíbles, llegando a crearnos ansiedad y adicción en muchos momentos.
Hay ya una determinada fiebre creativa en aquellos que se dedican a estas cuestiones de las nuevas tecnologías que no sabemos a dónde nos puede conducir en un futuro no muy lejano, que nos pueden crear un nuevo estilo particular de vida y lo que ahora nos parece ciencia ficción, mañana puede ser una palpable e inevitable realidad.
Aquí la fantasía creada viene a llenar la realidad vacía del protagonista.
El californiano Benjamin Dickinson, director, guionista y protagonista, no carece de talento tras la cámara y demuestra que tiene capacidad para crear bellos planos y perfectos encuadres originales, pero no dejan de ser meramente gratuitos.
Menos interesante es su actuación como actor ya que no es capaz sacar adelante su papel, lo que le da al film un tono amateur, a pesar de que en el guion, que quiere ser moderno, hay ideas interesantes, pero resultan pretenciosas, puramente estéticas, pretenciosas, con una historia de triángulo romántico que bebe mucho de 'Her' (2013), pero ésta en cambio aburre.
Lo único positivo es cómo utiliza las nuevas tecnologías.
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