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CRITICA
Por: PACO CASADO
No es frecuente ver cine austriaco en nuestras pantallas aunque en este caso está dirigido por el alemán Michael Haneke que nos muestra una película sobre la violencia un tanto insólita y novedosa tras cuya visión salimos odiando a todos aquellos que la practican si, como es el caso de los protagonistas, es de forma gratuita, sin coartadas, ni explicaciones psicológicas, sin haber por medio un motivo de venganza, ni robo, sino por pura diversión, como ironiza el título del film, 'Juegos divertidos'.
Un matrimonio compuesto por Anna y Georg y su hijo Georgie van a pasar unas plácidas vacaciones a su casa a orillas de un lago.
Fred y Eva son sus vecinos. Las dos parejas se preparan para una partida de golf al día siguiente.
Mientras Anna prepara la cena esa noche, aparece Peter en su casa, un joven muy educado, huésped de sus vecinos que le viene a pedir que le preste un par de huevos porque a Eva no le queda ninguno.
Anna se apresura a dárselos, cuando de pronto se pregunta cómo han podido entrar en la casa. Era una simple excusa para introducirse en el hogar y masacrar a sus habitantes de forma sádica, fría, cobarde, aunque comportándose de la manera más educada y cínica, lo que hace que en ningún momento sintamos por ellos más que repulsión.
Son fruto de un fascismo oculto en la sociedad del bienestar, de una violencia patológica.
Esto supone una cierta carga política y una llamada de atención ante algo que nos amenaza.
Haneke emplea la violencia en dirección contraria a lo que se suele hacer en las espectaculares producciones de Hollywood y la expone de la forma más atroz y aséptica, creando incomodidad en el espectador con este juego mortal.
No necesita mostrar las brutales ejecuciones pero sí lo hace con los resultados.
El guion mete en una sola jornada todo el relato y casi en un escenario único, como es la casa, convertida en auténtica sala de tortura, con esporádicas salidas al exterior, lo que se pudiera representar bien en un escenario teatral, e incluso los actores se dirigen en varias ocasiones al público lanzándoles un guiño de complicidad, algo a nuestro juicio que sobra como también el rebobinado que hace uno de los protagonistas, que rompe las esperanzas del espectador que lo deja clavado en la butaca y que está fuera de contexto en un film contado de manera tan lineal e hiperrealista, en el límite de los soportable.
Con una planificación rigurosa, una interpretación bastante convincente de sus actores de una gran formación (teatro, cine y televisión), se consigue una película demoledora, cínica, en la que hay una indudable crítica a la violencia, que deja un final abierto que nos indica que continuará si en esta sociedad, alegre y confiada, no se le pone coto, y sigue produciendo nuevos monstruos.
Es el film más reconocido de la filmografía de Michael Haneke, un retrato brutal de la violencia y la maldad en su forma más pura y perversa.
Hugo de plata al mejor director en el Festival de Chicago. Premio de la crítica y especial del Jurado en Fantasporto. Premio Fipresci en el Festival de Ghent.
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