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CRITICA
Por: PACO CASADO
La idea de partida no era mala: reunir en una sola película a lo más florido de los actores franceses interpretándose a sí mismos, con lo que se hacía un homenaje a este sector del cine galo.
Pero el resultado es pretencioso y por supuesto no es el que se esperaba, ya que se hace bastante reiterativo.
Es más propio de una escuela de cine que para exhibir en una sala comercial, cuyo único o mayor atractivo es su estupendo reparto.
A la convocatoria de Bernard Blier, director con más de una docena de films en su haber, pocos de los famosos actores del país vecino han faltado, para hacer esta inclasificable cinta. Tan sólo los que nos dejaron para siempre, como Jean Gabin, Bernard Blier o Lino Ventura, pero también se les recuerda a ellos.
La acción, mezclando la ficción con la realidad, se sitúa en la calle y entre las paredes de un elegante restaurante parisino y comienza con una situación tan absurda como pedir un vaso de agua caliente a un camarero.
A partir de ahí se suceden una serie de situaciones surrealistas, sketchs sin conexión y sin sentido en muchas ocasiones, ideados simplemente para el lucimiento en cada momento del actor de turno.
Sin argumento y sin mucho interés que digamos.
Los actores actúan con sus propios nombres, a veces sacando trapos sucios de sus defectos, vicios o debilidades, como que bebe o que su mujer le traiciona y otras se ríen de sí mismos, poniendo de relieve el narcicismo propio del actor.
Hay que estar al tanto de la vida de cada uno para pescar a veces los chistes privados.
El guion carece de argumento y las escenas van pegadas como las viñetas de un tebeo, sin otro fundamento.
Lo mejor el estupendo reparto que preferiríamos ver en algo de mayor interés.
El resultado es bastante desigual.
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