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CRITICA
Por: PACO CASADO
La fábrica de sueños, que es el cine, cuando se ve falta de argumentos recurre a la realidad aunque ésta pueda parecer más fantástica aún que la ficción.
Edward, príncipe heredero de Dinamarca, se ha matriculado en la Universidad de Winsconsin para tomarse un respiro de su inexorable destino como futuro rey.
Por su parte Paige Morgan, hija de unos granjeros, quiere licenciarse en medicina e ir a estudiar un máster.
El amor surge entre los dos, pero la reina de Dinamarca descubre el improbable romance y se empeña en acabar con él.
Contar la historia de una chica que se enamora de un príncipe sin saberlo nos puede parecer un cuento de hadas de los que nos contaban nuestras abuelas, pero la verdad es que eso, al menos hoy día, suele ocurrir con alguna frecuencia, no hay más que acudir a las crónicas de sociedad.
Esta vez parece que los guionistas se inspiraron en la historia del príncipe heredero de Dinamarca y su novia australiana.
El relato se cambia y se sitúa en Winsconsin donde Paige Morgan, una granjera que cursa medicina, se enamora de Eddie, un chico danés que estudia allí por intercambio, que resulta ser Edward Valdemar, heredero del trono de Dinamarca.
En esta ocasión la historia amorosa surge entre el futuro rey danés y una plebeya que, aspirando a convertirse en médico, poco imagina que acabará siendo princesa.
Se vuelve así a repetir el cuento de la Cenicienta en versión moderna en este film que tiene dos partes bien diferenciadas: la primera con el juego amoroso universitario, tal vez poco creíble por llevar siempre pegado a él a su guardaespaldas, y la segunda que se desarrolla en Dinamarca donde acude ella, es presentada a los padres y metida dentro del protocolo real, con el rechazo de la madre, no así del padre.
La trama, hecha a la medida para el lucimiento de una joven Julia Stiles, va tomando poco a poco un cierto tono feminista que la diferencia de los relatos más clásicos y tradicionales de este género mientras el londinense Luke Mably da vida al futuro monarca danés.
Marta Coolidge, realizadora especialmente conocida por sus trabajos para la televisión, se ve obligada, dentro de su convencional puesta en escena, a dar un paso más modernizando la relación para que resulte el previsible final, como lo es toda esta romántica historia de amor, algo lenta, y que atrapa poco al espectador, con unos actores protagonistas bastante sositos.
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