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CRITICA
Por: PACO CASADO
El inagotable género del western parece a veces que está a punto de terminarse.
Un rico terrateniente de Wyoming lucha por evitar que los rebaños de Texas pisoteen sus ricos prados, instalando cercas para el control del territorio de Wyoming, en 1883.
Hasta el mismo presidente Arthur se involucra en esta explosiva situación.
El tema de las luchas de ganaderos, que ensangrentó al sur de los Estados Unidos, en el período de consolidación, ha servido para hacer películas importantes.
El tema de las alambradas en La pradera sin ley (1955) tuvo un desarrollo feliz, en un enfoque personal que le dio King Vidor lleno de dramatismo.
En este caso, el guionista Thomas Thompson ha ido al asunto con un raro sentido inicial de la frustración.
Desde el comienzo se insiste en producir la sensación de que la cámara ha llegado con veinte años de retraso.
El protagonista, que fue un duro, habla de forma nostálgica, ya en pleno declive, de los tiempos pasados.
A la hora de la acción impulsiva sobreviene el instante de reflexión, a la decisión sucede la prudencia.
Los buenos viejos tiempos han pasado para dejar paso a cambio a la paz y a la rutina de la construcción metódica, el olor a sudor, a polvo, a caballo se ha desvanecido.
El hombre del Oeste huele ahora a madera barnizada, a cera para el piso y a loción de lavanda.
Es necesario señalar las concordancias de este enfoque de una realidad en período de final evaporación con el de Duelo en la alta sierra (1962), de Sam Peckimpah.
Hay una diferencia importante: Sam Pekimpah es un joven lleno de talento original, pugnando por imponer e imponerse un estilo moderno y elegante.
Tay Garnett es un veterano, y no de los más señeros.
Por eso, Duelo en la alta sierra (1962) era un film muy importante, pese a sus defectos y vacilaciones.
Y 'Pistolas en la frontera' (1963) es una cinta sin importancia, pese a la ausencia de defectos y vacilaciones.
Pero aunque sea sin relevancia, no significa que sea una película desdeñable o inferior.
Se apoya la realización en exceso en el guion , pero así y todo, en conjunto el film tiene dignidad, una serena expresión, una facilidad engañosa y momentos muy buenos, con una interpretación espléndida de todos los secundarios y correcta en Robert Taylor.
Cinta con intención, pero no original, pero de dorada mediocridad, que entronca con sorprendente sintonía con el propio tema que toca.
El viejo Oeste como el viejo cine del Oeste se evaporan y como le dice al final Sam Brassfield a Clay Matthews "no es posible detener el reloj".
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