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CRITICA
Por: PACO CASADO
John Huston, un gran director, vaya por delante, es de los que menos suelen claudicar del cine americano, porque busca siempre la obra de arte en su cine, otra cosa es que lo consiga siempre o no, pero resulta regularmente un espectáculo atractivo.
En 'El bárbaro y la geisha' (1958) se han encontrado en el mismo punto los dos géneros habituales en este realizador.
Huston se ha conformado con plasmar una reconstrucción histórica plena de exotismo con parte de documental.
Ante esta clase de película lo primero es preguntarse sobre la autenticidad de lo que nos ofrece la pantalla.
El que el film haya sido rodado en Japón en toda su integridad, y que de ayudante de dirección vaya un gran director japonés como Teinosuke Kinugasa, avala de alguna manera la veracidad.
El hecho histórico que se nos narra es el de la difícil misión diplomática encomendada a Townsend Harris, que en 1856 fue nombrado por el presidente Pierce el primer cónsul de los Estados Unidos en Japón, y cómo salió del paso, encontrándose con la hostilidad de las autoridades locales, cuando el reino nipón era un territorio prohibido para los extranjeros.
Allí se enamora de una geisha, que fue enviada en principio para frustrar los planes de Harris.
En esos momentos el imperio japonés estaba tremendamente cerrado, permanecía en una especie de Edad Media, con un rígido feudalismo en lo político y con la convicción de que era el país escogido por Dios para dominar el mundo.
Otro país, sin adelanto aún, casi bárbaro, que luchaba contra los indios y que aún no se había definido como nación, que no había pasado de la etapa de nacimiento, intentaba tener relaciones diplomáticas.
El interés comercial de los EE.UU. se oponía a la postura de aislamiento japonesa, que se prevenía así contra la corrupción que solían llevar consigo los anglosajones en sus viajes y en el tráfico de esclavos.
Finalmente ha quedado una cinta bastante entretenida, plena de detalles curiosos, que no ayudan, sin embargo, a conocer mejor a los japoneses, porque se nos presenta de manera superficial, pero no las razones que los motivan y sólo vemos la forma sin comprender el sentido.
Hay pues distracción y se nos dan a conocer muchos ritos y ceremonias curiosas, trajes, edificios y naturalmente la geishas único tipo de prostitución que no desluce en la pantalla.
John Wayne, en plena forma, lleva a cabo una labor que nada añade a sus anteriores actuaciones, pero se aleja así de la imagen del vaquero en sus habituales trabajos para John Ford.
Aquí está acompañado de la japonesa Eiko Ando en su primera actuación en el cine que no se cubre ni por ser japonesa.
Muy bien casi todos los actores nipones que componen la mayoría del reparto.
El cuidado que John Huston suele poner en la fotografía ha sacado un partido desusado en el sistema de Color De Luxe y dentro de la pantalla de CinemaScope se ha movido con inteligencia, pero sin demasiada brillantez.
La música, sobre temas japoneses, no es tampoco nada que merezca ser recordada pero cumple plenamente con su objetivo propuesto.
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