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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tomás, un fotógrafo y ornitólogo en horas bajas, trata de relanzar su carrera consiguiendo una fotografía que es poco menos que imposible.
Para ello arrastra a su familia compuesta por Eva, su esposa brasileña, con la que no está en muy buen momento su relación, y Andrea, su hija de pocos años, constantemente enganchada al móvil, a la selva amazónica en la confluencia con el río Negro en busca del urubú albino, un extraño pájaro del que no existe registro alguno captado en libertad.
Se pone en contacto con el profesor Enrique Díaz que le proporcionará ayuda buscándole a alguien que los lleve en barco hasta un campamento, cerca del cual hay una casa donde pueden vivir y en cuyos alrededores se ha avistado el citado pajarito.
Según le dice no habita nadie en aquellos lugares, pero eso termina por no ser totalmente cierto.
El capitán del barco enseña a Andrea a pescar mientras Tomás trata de conseguir su objetivo.
A poco de estar allí, una noche Andrea desaparece en el descocido y peligroso paraje.
La película apenas tiene más argumento que lo reflejado en las líneas precedentes, ya que a poco más de media hora de metraje se convierte en un constante deambular por la selva en busca de Andrea sin que les conduzca a ninguna parte y sin que pase nada de relieve, salvo el inesperado final.
Se trata de la ópera prima de Alejandro Ibáñez, director que por el apellido habrán podido adivinar que se trata del hijo del célebre Narciso Ibáñez Serrador, fallecido en junio del pasado año, con el que se añade un eslabón más a la cadena de esta familia de cineastas, pero que deja en mal lugar a la misma con este su primer largometraje como realizador, ya que tiene un aire puramente amateur, con unas interpretaciones muy flojas de los pocos actores que intervienen en el mismo, en el que el propio Alejandro Ibáñez se reserva el papel del capitán del barco.
Por otra parte a partir de cierto momento la narración se hace confusa y el espectador no sabe en donde se encuentra cada uno de los personajes.
Hay momentos que resulta agradable la música de Arturo Díez Boscovich.
A lo largo de la historia, si así se le puede llamar, hay algunos guiños al cine de su padre, especialmente a ¿Quien puede matar a un niño? (1976), film con el que tiene algo de aquel en cuanto a la presencia infantil.
En este sentido la cinta, muy de serie B y con un corto presupuesto, termina siendo una denuncia de la situación de la población infantil en todo el mundo, como se refleja en los créditos finales con números concretos.
Al desarrollarse en Brasil la presencia de subtítulos para los diálogos es constante lo que puede molestar al gran público no habituado a ellos.
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