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CRITICA
Por: PACO CASADO
El cine de catástrofe está siendo, por el momento, el objetivo con el que mantener en pie el prestigio del cine norteamericano, en cuanto a hacer grandes superproducciones que demuestren, una vez más, el poder de la industria construida a base de millones de dólares y que siempre ha dado dividendos en las taquillas.
Pero no quiere decir que esta clase de cine tenga que venir siempre aparejado con la calidad.
Cualquier modesto realizador europeo con menos presupuesto, pero con más inteligencia, es capaz de hacer mejor cine.
Ciertamente que en cuanto a producir espectáculo hay pocas cinematografías que igualen a la de Hollywood, pero concretamente en esta clase de cintas, los guionista, apenas comenzada la serie, ya empiezan a repetirse.
Casi siempre se elige un grupo de personas, colocados en una situación extrema, ya sea un rascacielos en llama, un barco a punto de saltar por los aires, una ciudad amenazada por un terremoto, o como en este caso, un zepelín a punto de estallar debido a una bomba instalada a bordo.
En el reducido grupo se dan todos los tópicos; el jugador, el comerciante, el militar cumplidor de su deber, la condesa que huye, el diseñador de ballets, los corredores de apuestas y así una larga lista de seres a los que no llegamos a conocer en profundidad, ni nos interesan en la mayoría de los casos los problemas que a cada uno les aquejan.
Todos ellos no son más que motivos para entretener la acción y diluir la atención del espectador o repetir sospechas por igual sobre los que recaer la culpabilidad del futuro accidente que, certeramente, sabemos sucederá inevitablemente al final de la trama.
Puesto que de un film de catástrofe se trata todo el gigantesco decorado habrá de ser sacrificado en pos del espectáculo.
La película se abre con un documento sobre el famoso zepelín alemán en blanco y negro y se cierra por el mismo procedimiento en su final, con lo que al restarle el color para dar más sensación de documento real, se sacrifica también la parte más espectacular de la historia.
La pericia realizadora y la veteranía de Robert Wise se deja notar a lo largo de la narración en algunos momentos pero nada más interesante puede hacer con el ingenuo guion que se ha puesto en sus manos para llevar a cabo esta especie de tebeo fílmico de auténtico lujo.
La producción luce una bella fotografía en color, con espléndidos planos del dirigible sobre los icebergs, la ciudad de Nueva York o en los bellas puesta de sol.
Todo un gran elogio para la fiel reconstrucción de tan perfecto escenario capaz de maravillar al espectador más exigente y muy logrados los efectos especiales, detalles éstos que no compensan los defectos apuntados.
La interpretación es corriente, sin que destaque ninguno de los actores, a pesar de estar encabezado el reparto por dos oscarizados de la Academia como George C. Scott y Anne Bancroft que ciertamente no tienen aquí los mejores papeles de su carrera como profesionales grandes del cine que son.
Aunque basada en un hecho real, cuyas causas no se llegaron a determinar ciertamente a qué se debieron, parece inclinarse la novela en que se basa, por el sabotaje.
De todas formas será un enigma más de los muchos que encierra la historia.
Ganó dos Oscar: a los efectos visuales y a los de sonido.
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