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CRITICA
Por: PACO CASADO
No cabe duda que el cineasta sevillano Manolo Summers, guionista y director de sus películas, es uno de los realizadores con más personalidad que ha tenido nuestra cinematografía nacional en mucho tiempo y con una calidad indudable en casi todas sus producciones... hasta ahora.
Sus primeros films así lo hicieron suponer con títulos como 'Del rosa al amarillo' (1963), 'La niña de luto' (1964), 'Juguetes rotos' (1966), 'El juego de la oca' (1965) y por último más recientemente 'Ángeles gordos' (1981).
Pero casi todos los directores tienen un lunar, una mancha en su expediente, un desliz en su carrera y Manolo no iba a ser menos, como ya ocurrió con' El sexo ataca' (1979), que era bastante flojita y que además fue todo un gran fracaso de recaudación en la taquilla.
Parecía que aquello era un simple aviso, una advertencia.
Aquí se nos ofrece una divertida pero absurda colección antológica de breves historias, montadas a partir de la clásica broma filmada con cámara oculta, que se les hace a los transeúntes que circulan por la calle.
Summers, en su nueva producción, ha recurrido al clásico viejo truco como es el de la cámara oculta con la que rueda las provocaciones que un "gancho" lleva a cabo con el público que pasa por la calle, y algunos pican en estas jugarretas poniéndoles a veces en situaciones límites, otras en ridículo, llevándolo a la exasperación o aceptando resignados finalmente la dichosa broma.
Entre ellas hay falsas peleas entre curas, borrachos, policías disfrazados, discapacitados, estafadores, falsos lisiados, etc.
Manolo Summers fue el primero en rodar una producción con cámara oculta, confeccionando así un guion, en colaboración con su hermano Guillermo Summers, con diversas historietas en las que provoca la risa con situaciones absurdas o ciertamente de lo más surrealistas.
En este sentido creemos que a veces Manolo se pasa un pelín, estando al borde de la tomadura de pelo, la broma pesada o la falta de respeto a los demás en algunas de las ocasiones.
Pero ahí está esta cinta, con situaciones elementales que pueden demostrar que el público de la calle es capaz de enseñarnos su bondad, a veces su solidaridad y está casi siempre dispuesto a ayudar cuando alguien se lo pide, como se refleja aquí en el caso de un enano que es cogido en brazos para hablar por teléfono largo rato, las increíbles pruebas que se hacen de alcoholemia a los conductores o el planteamiento de una risible operación naval.
Todo esto está muy bien, y el público de la calle, que es el que va al cine y el protagonista de esta película, se ríe con ella, pero nosotros preferimos el ingenio de Manolo Summers puesto al servicio de mejores empeños que el presente que en esta ocasión comentamos.
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