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CRITICA
Por: PACO CASADO
Todo género artístico nace como consecuencia de un momento histórico por imperativo de la necesidad vital de una sociedad que sufre una crisis o alcanza su plenitud.
El neorrealismo surgió como consecuencia de la situación italiana después de la última contienda bélica, y en la actualidad, pasado ese instante, una situación histórica creada nueva en el país latino, entra en crisis.
Sí, creemos que sí. El neorrealismo está pasado. Por lo menos eso pensábamos cuando contemplábamos la penúltima de las películas realizada en los últimos tiempos por Vittorio de Sica.
Nadie va a discutir ahora la calidad histórica del dueto formado por Cesare Zavattini y Vittorio de Sica, creadores de un estilo que ha dado fama mundial al cine italiano.
Toda la poesía y el romanticismo, la sensibilidad y el espíritu, del primero, se conjuga maravillosamente con el buen hacer artístico de un hombre experimentado con su oficio.
“Milagro en Milán”, “Ladrón de bicicletas”, “Limpiabotas”, etc… atestiguan su maestría y su talento artístico.
Todas obras correctísimas que descubrían el yo de los seres humanos, no transformándolos en arquetipos característica de la escuela de Fellini, sino dejándoles simplemente en lo que eran, hombres y mujeres situados en un momento histórico y en un instante de su vida.
Todas estas obras además carecían de intención de hacer un manifiesto. Decían porque su fuerza se encontraba en ellas, en sus figuras y personajes, pero no se iba a decir expresamente. Este era el nervio del neorrealismo.
Con “El techo” todo esto se ha perdido. Se han estudiado unos seres humanos de forma maestra, se los ha hecho vivir, pero al final todos sus afanes y esfuerzos se han hecho manifiesto encendido frente a un problema hondo y profundo, es verdad, que repite una y mil veces sus estrofas como ritornelo cantarín en los últimos metros de la cinta.
El problema repetido una y mil veces de la poesía y el manifiesto, su oposición eterna en la obra de arte, cobra al tratar de “El techo” una gran actualidad.
La cinta nació fiel a los cánones de dos artístas, pero… se transformó al final en requisitoria exaltada de dos predicadores y políticos.
Evidentemente la intención de los realizadores es digna de todo encomio, el problema de la vivienda azota gran parte de Europa. La mayor parte, podríamos decir. Su intención es digna y noble. Lo que no perdonaremos es que una obra de arte se transforme en artículo apasionado que nada tiene de arte.
La construcción narrativa adolece de cierta desproporción. Principio lento en la presentación de la psicología de los personajes. Valiente en la exposición de los hechos. Final dinámico y encerrado en un suspense a lo comercial y americano que da lástima.
Porque el centro del problema, la personalidad de los protagonistas se ve relegada a último término en la mente del espectador ante un “no” la harán, si la harán, que tira de espaldas.
Apreciamos toda la sensibilidad de un Zavattini en la escena de la noche entre los dos esposos, pero nos damos cuenta de que algo extraño ha surgido en la mente del autor en los metros finales desprovistos de toda profundidad.
Con todo, la sencillez de la trama y la sobriedad, son rasgos importantísimos de este largometraje.
La dirección es acertada, sin grandes exageraciones, el ritmo es lento, pausado, quizá los metros finales de suspense, ya que esto querían los realizadores, no ha sido bien logrado, ya que, en esta técnica “comercialoide” no son maestros estos dos artistas.
La interpretación es acertadísima por parte de Gabriella Pallotti, que ya en la actualidad ha alcanzado la fama que demostraba en los primeros tiempos.
Lástima que no podamos decir lo mismo de Giorgio Listruzzi totalmente fuera de su papel en muchos momentos. Los demás intérpretes hacen una labor aceptable sin muchas dificultades.
Para terminar, tenemos que hacer mención de la música, buena, magnífica y la fotografía realizada con buena técnica. Y ya sólo nos queda que formularnos nuestra pregunta inicial: ¿Fin del neorrealismo?.
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