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CRITICA
Por: PACO CASADO
A pesar de la amplia producción cinematográfica japonesa, su cine no es frecuente poder encontrarlo en nuestras pantallas comerciales, ya que no son muchas las que nos llegan, pero de vez en cuando sí aparece alguna muestra que suponemos por suerte debe ser de lo mejor que, como en este caso nos viene avalada por la Palma de oro conseguida en el Festival de cine de Cannes.
El conducto de los festivales es el más directo para acercarnos esas producciones de cinematografías exóticas.
Hasta hace poco menos de un siglo, las regiones agrícolas del norte del Japón seguían aferradas a sus ancestrales costumbres, cuyo arraigo era tan fuerte que se hicieron, incluso, necesarios edictos imperiales para evitar, por ejemplo, que el cadáver de un niño fuera el mejor abono de un campo de arroz.
Pero lo que no se consiguió desterrar fue el sagrado y pavoroso ritual que sometía a todo hombre o mujer que sobrepasaba los sesenta años a ser conducido por sus hijos o allegados hasta una montaña donde se les abandonaba a su suerte.
Aquella montaña era el Narayama.
Shohei Imamura se basa en dos novelas Narayama bushikô y Tohoku no zunmutachi, ambas escritas por Sichiro Fukuzawa, que recogen esa vieja tradición de una aldea rural agrícola japonesa del siglo XIX, situada en un valle cerca de la montaña Narayama, en la que los viejos al llegar a la edad de los setenta años han de ir a morir a la montaña, llevados a la espalda del primogénito de la familia y de esa forma no restan alimentos a los más jóvenes que los necesitan para crecer.
Si un bebé varón muere apenas les importa, sin embargo las hembras se suelen vender, mientras que robar comida está castigado con la muerte.
La protagonista, Orin, tiene sesenta y nueve por lo que está al borde de esa edad, pero antes desea dejar solucionados sus propios problemas, y que su hijo mayor, Tatsuhei, encuentre una esposa, por lo que seguimos sus últimos días con su familia.
Después se irá contenta a cumplir con el mandato de la tradición, si no fuera así sería un deshonor para ella.
Allí cree que encontrará a Dios.
Y si nieva, no sufrirá.
Las imágenes finales serán las de la vieja dama cubierta de un manto blanco, como una especie de perdón divino a los males terrenales.
El director dedica la primera parte a describirnos el mísero ambiente en que transcurre la vida de los habitantes de la aldea.
La falta de alimentos y de mujeres marcará su mísera existencia. Las leyes son rígidas, los ladrones deben morir de la forma más cruel, ya que son enterrados vivos.
En ese lugar no hay quien administre justicia, pero ellos, con arreglo a sus leyes y tradiciones, se encargan de ejecutarlas y hacerlas cumplir.
El realizador Shohei Imamura nos ofrece un paralelismo entre las relaciones animales con las de los humanos para los que también su ley es implacable.
En este sentido la película está salpicada de fuertes escenas, unas son agresivas, otras resultan duras, y todas contrastan con la poesía y la belleza que se desprenden de las imágenes.
El resultado es un film discutido pero interesante.
Premio mejor película, actor Ken Ogata y sonido de la Academia del cine japonés. Premio Blue Ribbon a Ken Ogata. Palma de oro en Cannes. Mejor fotografía en el Festival de Hawai. Premio Hochi al mejor actor de reparto Mitsuko Baishô. Mejor actor Ken Ogata y sonido en los premio Mainichi.
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