|
CRITICA
Por: PACO CASADO
Lo mejor de una comedia ligera y romántica como esta es que se puede considerar un clásico de este género desde el mismo día de su estreno con todo un lujo de argumento que trata de la huida de la fastuosidad para encontrar la diversión en las cosas más sencillas.
La princesa Ann, heredera de un trono imaginario, como los que a veces nos tropezamos en las revistas del corazón, decide saltarse el protocolo para lanzarse a vivir de incógnito las delicias de Roma.
No acostumbrada a la caótica vida cotidiana de la calle, tiene la suerte de encontrar a un encantador cicerone en la figura de Joe Bradley un periodista que tras reconocerla ve la oportunidad para hacer el reportaje de su vida.
Como es de esperar termina resolviéndose un enredo diplomático para acabar todos felices.
En 'Vacaciones en Roma' (1953), William Wyler, en pleno apogeo de su talento y conociendo los suficientes trucos de magia para hacer una comedia y remover los resortes de la sensibilidad del espectador, sabe en qué territorio moverse, después de conseguir sendos Oscar por 'La señora Miniver' (1942) y 'Los mejores años de nuestra vida' (1946) y cambia el sentimentalismo de la posguerra por el resplandeciente optimismo de una década llena de prosperidad en la que se respira diversión, belleza y romance.
Para ello contrata a Dalton Trumbo, un guionista capaz de darle a la historia la ligereza y el brillante toque de distinción que transciende más allá de la pantalla.
Wyler posee una gran precisión al crear los tipos y los personajes, así como a mostrarnos unos decorados y un ambiente hasta en sus más íntimos detalles en un tiempo récord.
Su cámara es valiente, sencilla precisa, las situaciones cómicas las baraja con facilidad y prefiere la finura del detalle al gesto grueso y bonachón de un chiste aparatoso.
En este sentido su cine y su comicidad no tienen estridencias y es por tanto para un público cultivado y exquisito.
'Vacaciones en Roma' (1953) es una deliciosa comedia en la que se nos presenta precisamente la otra cara del cuento de hadas que parece ser el oficio de princesa.
Wyler estructura la obra partiendo del hastío del personaje regio y organizando la escapada de éste que va tomando poco a poco contacto con la vida.
Es precisamente ello, el bajar al nivel del pueblo, de lo cotidiano para descubrirlo y tomar conciencia, el primer objetivo de esta historia.
Ann, la princesa de un país imaginario, sabe que su escapada es fugaz, que luego tendrá que volver a su vida, pero desea apurar la diversión, quiere agotar la vida hasta lo más profundo.
Una comedia que resulta a través de la dirección y del encanto de una actriz como Audrey Hepburn, en la que Wyler se detiene emocionado ante ese rostro de mujer o ante el espectáculo de un mercado al aire libre o del paseo en Vespa con mirada de ingenua turista por los maravillosos monumentos de la ciudad de Roma.
La película adolece de una cierta morosidad expositiva producto de no atreverse a entrar en la relación amorosa o en la vacilación ante lo importante; parece como si el director dudara entrar entre lo documental o la historia amorosa.
Al final escoge esta última pero corriendo el riesgo de que el espectador vaya perdiendo interés en la narración.
Afortunadamente eso no ocurre, pero el film pierde la redondez que de otra forma hubiera tenido.
Gran trabajo de Wyler en la dirección de actores de la que es un auténtico maestro y excepcional en su labor de realizador cinematográfico en muchas de las escenas como la de la despedida en el taxi, el despertar de la princesa en la habitación del periodista o el paseo por la ciudad eterna.
Oscar para Audrey Hepburn, guion y vestuario. Globo de oro y Bafta a Audrey Hepburn.
MÁS INFORMACIÓN DE INTERÉS
BANDA SONORA
CÓMO SE HIZO
VIDEO ENTREVISTAS
AUDIOS
PREMIERE