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CRITICA
Por: PACO CASADO
Comprendemos que no a todos los espectadores les guste el especial y personal cine que hace Eric Rohmer, pero de lo que no hay duda es que este maduro director francés, a punto de entrar en los ochenta años, hace cada vez mejor cine, si eso es posible.
Cierra con esta película su ciclo de los Cuentos de las cuatro estaciones y si bien nos gustó el capítulo anterior, éste nos ha encantado.
Él mismo ha dicho que ha quedado plenamente satisfecho, y así nos ha dejado a nosotros al salir de la proyección con esta obra de mujeres entradas en los cuarenta, en ese otoño de la vida en el que es importante no estar solo.
Esa es la principal preocupación de Magalí, viuda de 45 años, cuyo hijo se ha marchado de casa y ella se encuentra sola en su viña, en espera de un marido que le acompañe, aunque es exigente con los hombres.
A eso quiere poner remedio su amiga Isabelle, casada y feliz, que le busca un esposo a través de los anuncios del periódico. Ella examina al candidato y cuando lo aprueba, se lo presenta. La misma inquietud tiene Roxine, la novia de su hijo, que quiere emparejarla con su antiguo amante, profesor de filosofía.
Aquí se mezclan generaciones diferentes pero tendentes al mismo fin. A diferencia de otras veces en las que el guión no hace más que rondar y dar vueltas sobre lo mismo, ésta posee una sensibilidad y un ingenio en la combinación de la trama como no habíamos visto hasta ahora en Rohmer.
Todo está contado con una aparente sencillez, como si la cámara se hubiera colado en la vida de estas personas sin ellas saberlo y nos lo estuviera transmitiendo. Al final el entramado encaja a la perfección.
No en vano el guión fue premiado en la última Mostra de Venecia, ya que los caracteres de los personajes, el trazado de los diálogos (una de las características del cine de Rohmer) en este caso es de lo mejor que le hemos visto.
Tal vez no sea más que una excusa para ofrecernos una panorámica sobre la soledad en el otoño de la vida y la madurez de las relaciones, pero lo ha hecho admirablemente.
Una extraordinaria interpretación de todos los actores, con una perfecta compenetración de las dos veteranas Marie Rivière y Béatrice Romand, la alegría contagiosa de Alexia Portal y el buen hacer de Alain Libolt.
Cine intimista en estado puro de un veterano y gran maestro del cine francés. Una película deliciosa.
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