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CRITICA
Por: PACO CASADO
Después del éxito conseguido con su película French Connection: Contra el imperio de la droga (1971) que le valió obtener el Oscar cuando tan sólo contaba con 32 años de edad, y dos años después El exorcista (1973), por el que fue nominado a la estatuilla dorada nuevamente, que causó un gran impacto e impuso la moda en los films de es género, William Friedkin realizó Carga maldita (1977) y El mayor robo del siglo (1978), que no consiguieron estar a la misma altura de las anteriormente citadas.
Era necesario pues volver a hacer un producto que llamara nuevamente la atención, que era lo que pretendía con A la caza (1980).
William Friedkin ya conocía el terreno de los homosexuales, puesto que había realizado anteriormente la cinta Los chicos de la banda (1970), aunque fue tan sólo a través de lo que se contaba en la obra teatral de Mart Crowley.
En este caso explora el submundo de Nueva York, con sus clubs gays, homosexuales pervertidos, sadomasoquistas que practican vivencias y violencias insólitas, con sus chaquetas negras de cuero, uniformes militares e insignias nazis.
Esta vez el guion se basa en la novela escrita por Gerald Walker, dulcificándola un poco, en la que se recoge una serie de crímenes ocurridos en la ciudad de Nueva York entre los años 1973 y 1979, en los que una serie de homosexuales morenos, de unos treinta años, estatura media y setenta kilos de peso. murieron de manera violenta a través del cuchillo de su asesino.
Steve Burns, un agente de policía que quiere hacer méritos para ganarse la placa y cumple esa descripción, se propone desenmascarar al sádico criminal y se ofrece como señuelo, para lo que ha de aprender las reglas de esa comunidad.
Para ello se adentra de forma encubierta en el submundo LGBT para dar caza al asesino en serie que mata a los homosexuales a los que no se conforma con ello, sino que después los desmembra brutalmente.
Friedkin pinta el paisaje, pero no se preocupa de analizar el argumento a fondo y denunciar la corrupción existente en esos momentos.
Únicamente le interesa contar la anécdota de manera superficial y le da miedo profundizar en ella.
Hasta deja muy oscura la evolución que sufre el protagonista, por lo que el final queda muy en el aire.
Tampoco Al Pacino considera este su mejor interpretación, no obstante está bien en su papel.
Es de destacar la buena música compuesta por Jack Nitzsche, a quien se le debe también la partitura de Alguien voló sobre el nido del cuco (1975).
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