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CRITICA
Por: PACO CASADO
Algunos cuentos de William Saroyan y John Dos Pasos, han traido a la literatura norteamericana el gusto por las descripciones de ciertos ambientes que hasta ahora eran desconocidos por los autores estadounidenses
Después de que los cineastas, dramaturgos y novelistas nos introdujeran con mirada crítica en el mundo de las grandes ciudades, reflejando el drama del hombre individual aplastado por la maquinaria social, por una moral pragmática y un sentido ingenuo de la vida, ahora el arte norteamericano se vuelve a los medios provincianos, a las pequeñas capitales en donde una heterogénea población formada por arrivistas, vividores, intermediarios y tramposos, luchan en una desesperada batalla por conquistar la fortuna y la riqueza.
Boxeadores sin nombre, jugadores de ventaja y timadores, forman una espesa picaresca cuyo reflejo en el cine o en la literatura nos dan una visión de la norteamérica mísera y desgarrada, prisionera de un falso catálogo de valores, que no sale a la opinión mundial y que ahora se asoma a las páginas de la literatura y las pantallas cinematográficas.
Aquí se cuenta la historia de Eddie Felson un joven y arrogante jugador profesioal, un estafador con mucho talento, que se enfrenta al actual campeón de billar en una partida en la que todo está en juego.
'El buscavidas' (1961) entra de lleno en esta realidad: el mundo de los tahures, del timador profesional que explota a los incautos en el juego del billar.
Esta nueva figura es particularmente muy interesante, ya que no se trata del jugador de cartas, en el que la habilidad juega un papel secundario ante la experiencia, el engaño y el mismo azar, sino de un especialista, de un técnico, de un gran jugador.
La figura del buscavidas se engrandece por sus anhelos de perfección en el juego, de dominio del pulso y los nervios, por su auténtica entrega al trabajo.
El guion cinematográfico se bsa en el reflejo de una situación, con el estudio de un número reducido de tipos y personajes, con una previa y exacta caracterización de los mismos, que no ha sabido Robert Rossen darle el adecuado enriquecimiento para lograr la realización fílmica plena de ellos, a pesar de los esfuerzo de los actores, fundamentalmente de Paul Newman.
La película se resiente de una excesiva estructura teatral, así como del manejo de los personajes y la dirección de los actores que parecen demostrar una ascendecia escénica.
Pero así como en otros films estas características pueden ser un acierto, en ésta resulta todo lo contrario.
La morosidad de algunas escenas cansa al público porque su metraje resulta innecesario: el cine tiene una gran facilidad para caraterizar a los personajes en un corto espacio de tiempo.
El juego de los intérprees resulta aquí demasiado esclavisado por el director sin que éste, en ninngún momento, permita a cada uno que desarrolle su capacidad artística.
Quedan como valores un extraordinario trabajo en la creación de ambientes, una cuidadosa planificación y un exacto montaje.
El conflicto dramático tiene fuerza y vigor cuando se plantea, aunque lamentamos que la morosidad del director lo haga presentarse demasiado tarde.
De esta forma los hechos pierden importancia y el drama, con intención polémica y crítica, se dosifica y no cumple la finalidad moralizadora que indudablemente pretendía.
Naturalmente los resultados artísticos afectan a la estimación de la cinta, por ejemplo en la rectificación final del protagonista que tampoco resulta muy válida ni convincente.
De todas formas la intención de mostrarnos un ambiente y una realidad desgarradora son elementos positivos.
Dos Oscar a la fotografía y los decorados en blanco y negro. Bafta al mejor film y a Paul Newman. Laurel de oro a Paul Newman, Jackie Gleason y la Fotografía. En Mar del Plata premio al mejor actor para Paul Newman. Premio NBR a Jackie Gleason. Premio de los críticos de Nueva York a Robert Rossen. Premio de los escritores americanos al guion.
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