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CRITICA
Por: PACO CASADO
Esta producción es la más clara demostración de cómo el cine norteamericano se hace a base de recetas encaminadas a obtener el éxito, ya que no hay más que mezclar fórmulas ya probadas anteriormente que funcionaron bien para que vuelvan a ser efectivas.
'El cuerpo del delito' (1992) se puede considerar casi como una secuela de 'Instinto básico' (1992) de Paul Verhoeven, cambiando algunos términos de una película a otra y también se parece a títulos anteriores como puede ser en cuestión de erotismo a Nueve semanas y media (1986) de Adrian Lyne, en la que curiosamente la protagonista igualmente es dueña de una galería de arte, o en el doble final de Testigo de cargo (1957), de Billy Wilder.
Estas no son más que unas claves para los cinéfilos, ya que los fans amantes de Madonna irán a ver este film por su ídolo, aquí pretendidamente convertida en actriz, ya que en esta ocasión no canta, así que como simple símbolo erótico.
La historia va en defensa de la familia, aunque parezca paradójico, como ocurría en 'Atracción fatal' (1987) de Adrian Lyne o en 'La sombra del testigo' (1987) de Ridley Scott, por citan tan sólo algunos títulos, ya que aquí, una vez más, se avisa del peligro que se puede correr al tener relaciones sexuales extramatrimoniales, con el consiguiente riesgo de destrucción de la familia.
La atractiva dueña de una importante galería de arte, Rebecca Carlson, ha sido acusada de asesinato al hacer el amor con Andrews Marsh, un millonario que padecía una cardiopatía y además en su cuerpo se encuentran resto de cocaína, que le deja ocho millones de dólares en su testamento y todas las pruebas apuntan contra ella.
El más prestigioso abogado defensor de la ciudad, Frank Dulaney, tratará de demostrar su inocencia al tiempo que también sucumbe a sus encantos y cae en sus redes sexuales y sadomasoquistas, en una morbosa aventura amorosa, aunque en algún momento comienza a dudar de su inocencia.
El montaje alterna las escenas de las sesiones judiciales con las de sexo, envueltas en el celofán de una sofisticada fotografía de Douglas Milsome, melodiosa banda sonora de William Graeme, para el correcto trabajo de William Dafoe o de Joe Mantegna, frente al exhibicionismo que hace Madonna o las cualidades técnicas y de dirección que efectúa el alemán Uli Edel en esta cinta producida por Dino de Laurentiis con un gran presupuesto.
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