|
CRITICA
Por: PACO CASADO
'Chicago, año 30' (1958) es uno de los últimos films de Nicholas Ray vistos hasta ahora en el que dentro de una completa ambientación de la época, se nos da un perfecto clima especial de la ciudad y de las consecuencias características de la llamada Ley seca con gran proliferación de bandas, de garitos y de tráfico de alcohol.
Eran los años testigos de la superación del crack económico donde resurgía de nuevo la nación.
Thomas Farrell es un joven abogado de gran talento y prometedor futuro, parcialmente inválido que defiende los intereses de una poderosa banda de gángsteres contrabandistas.
En su especialidad, se ha convertido en el mejor, el número uno. Un día conoce a una encantadora bailarina de cabaret, Vicki Gaye, también ingenuamente mezclada con los delincuentes a la que salva de caer bajo las garras de Ricco Angelo, el jefe de la banda, denunciando cuanto sabe para potegerla.
Este amor le hace tomar conciencia de su oficio, frente a sus amigos, la banda y su temible jefe, tras un arreglo de cuentas en una sala de billares.
La sucesión de unos hechos como la ejecución de un hombre al coger el tren y de otro ante toda la banda por el jefe en persona, hacen que, poco a poco, también él tratará de escapar de la tela de araña en la cual se halla inmerso, aún a riesgo de su propia vida.
La figura de Farrel queda en contraposición con la de su amigo el fiscal, al que le reprocha que sólo se preocupa de condenar a seres - probablemente inocentes - como mérito profesional para llegar arriba, mientras que él - al menos y cuando más - sólo se le puede acusar de "salvar a hombres de la silla eléctrica".
El cine negro nace propiamente en 1943 con 'El halcón maltés', de John Huston, marcando su ruta por las pantallas de todo el mundo. Posteriormente el género decae y casi desaparece debido a la influencia en el cine de Hollywood del movimiento neorrealista italiano.
Pero el cine negro ha marcado un género en la cinematografía norteamericana y al día de hoy es historia.
Tenía unos elementos característicos como ser cine onírico, insólito, erótico, ambivalente y cruel.
Tal vez su antecedente literario lo encontramos en el naturalismo de Émile Zola o en la propia literatura negra americana de William, Cadwell y Steimbeck.
Sus antecedentes cinematográficos quizás los hallamos en 'El asesinato del duque de Guisa' (1897), de Alexandre Promio o en el expresionismo alemán de 'M, el vampiro de Düsseldorf' (1931), de Fritz Lang.
Pero sobre todo el cine negro ha creado una escuela, un estilo, un género nuevo, como también los son las comedias de Frank Capra o de Ernest Lubitch o el cine naturalista sueco de Ingmar Bergman.
En su constante evolución aún conserva aquellos valores que le caracterizan, no obstante ha perdido en espectacularidad y ha ganado en veracidad, en realismo y en humanidad.
Lo que se nos cuenta aquí ocurrió realmente, con una dirección muy cuidada y experta de Nicholas Ray que en todo momento sabe llevar la narración con suavidad, buen ritmo en las imágenes y fluidez en el montaje, formando una cadena de secuencias de buen estilo con personal criterio.
Para ello ha contado con una gran fotografía de Robert Bronner, con un colorido de ricas tonalidades, una buena ambientación más lograda en interiores que en exteriores, una música de Jeff Alexander muy apropiada al tema, de rico tono emocional y un buen uso de la pantalla ancha del CinemaScope.
En cuanto a la interpretación es muy correcta tanto en Robert Taylor y en Cyd Charise, que sólo interpretó hasta esta fecha una película de cine negro, que hace aquí uno de los ejemplos más específicos de sexy-moderna y sensacional, y en Lee J. Cobb que incluso llega a superar la que hizo en 'Doce hombres sin piedad' (1957), de Sidney Lumet.
MÁS INFORMACIÓN DE INTERÉS
BANDA SONORA
CÓMO SE HIZO
VIDEO ENTREVISTAS
AUDIOS
PREMIERE