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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras pasar hace unos meses por el Festival de cine en español de Málaga llega ahora a las pantallas comerciales españolas 'La piel en llamas' (2022) dirigida por David Martín Porras, que muestra dos comportamientos muy distinto del ser humano.
La guerras siempre suelen dejar su huella en aquellas personas que han tenido la desgracia de tener que vivirla.
Frederick Sálomon es un fotoperiodista de guerra que obtuvo una gran fama internacional con la extraordinaria fotografía de una niña volando por los aires como consecuencia de la explosión de una bomba en un colegio.
Éste regresa veinte años después al país donde tomó la emblemática instantánea, que ha sido clave para la paz, para recoger un premio durante una comida a la que asistirá el primer ministro y las principales autoridades del lugar, así como su mejor amigo el Doctor Arellano, un alto funcionario de la ONU, que es quien se ha encargado de organizar el evento.
Ambos se alojan en distintas habitaciones en el mejor hotel de la ciudad.
Mientras Frederick Sólomon deshace la maleta, Hanna, una periodista del único diario de la ciudad, se cuela en la habitación con la intención de hacerle una entrevista acerca de los motivos que le llevan a estar ahí, pero se niega a contestar a preguntas muy personales y en un momento dado ella saca una pistola y le apunta con la intención de matarle.
No obstante a lo largo de la entrevista iremos conociendo los motivos que tiene para ello, lo que origina un cierto suspense.
Entre tanto en la otra habitación Arellano tiene un encuentro sexual con Ida, su amante, que tiene una hija muy enferma que está siendo tratada por él y a lo largo del mismo va ilusionando a la madre con los nuevos tratamientos que salvarán finalmente la vida de la niña.
No obstante, debido a un determinado hecho, nos da la impresión de que ambas acciones no transcurre al mismo tiempo, sino más bien la segunda antes que la primera, pero se ha alterado el orden por tener la primera más interés desde el punto de vista narrativo.
Si en la primera se habla de lo que ocurrió, de lo divino y de lo humano, la segunda es de una crueldad indescriptible por el chantaje y el sometimiento que supone de un ser humano hasta casi la esclavitud.
La narración se inicia con el hecho de la toma de la fotografía y después se pasa a la actualidad a contar de forma paralela lo que ocurre en las dos habitaciones, para cerrar la historia con un breve momento de la comida a la que también se han llevado a la periodista que igualmente acaba pronunciando unas palabras.
Dado ese carácter escénico de cómo se desarrolla la narración de los hechos, en dos escenarios únicos, la planificación se esmera en cambiar constantemente el punto de vista de la cámara para hacer su desarrollo más ameno y cinematográfico, basando gran parte del interés en lo que en ellas se trata con una tensión constante, sobre todo en la primera.
Por su parte el trabajo de los actores es más o menos correcto aunque quien menos nos encaja en Fernando Tejero.
Este es el tercer largometraje que dirige David Martín Porras, que debutó en 2011 tras realizar varios cortos.
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