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CRITICA
Por: PACO CASADO
A pesar de que estamos ante la película número 27 de Woody Allen, rara es la perteneciente a su filmografía que no nos haya sorprendido en uno u otro sentido.
Hubo una etapa en la que su admiración por Federico Fellini o Ingmar Bergman le llevó a adentrarse en terrenos dramáticos pero siempre con alguna pincelada de humor y con su propia personalidad.
Aunque todos sus guiones tienen una línea común, una trama similar y una intriga parecida, sus films resultan siempre diferentes.
En los últimos tiempos parece que ha dejado de pasear sus complejos, de psicoanalizarse, o es que estas facetas las acentúa un poco menos.
Desde hace años quería hacer un musical.
Ya en Poderosa Afrodita tímidamente introducía un coro griego. Sus cintas siempre han tenido una rica banda sonora, tan sólo tenía que decidirse a que los actores cantaran las canciones y que intentaran dar unos tímidos pasos de baile.
Por fin en Todo el mundo dice I Love You (1996) se decide y lo hace a través de esta extensa y excéntrica familia.
El padre se ha divorciado y vive en París, aunque guarda buena relación con su ex-esposa y su actual marido.
Una de las hijas le busca una nueva relación con una guapa mujer valiéndose de algunas estratagemas, en un matrimonio problemático mientras su hermana se ve involucrada en ello.
Como es costumbre, todo esto se nos cuenta a través de un guion exacto (es extraño que este año éste no esté entre los nominados al Oscar como es habitual) en el que se combinan las historias de los distintos miembros de la familia que se cruzan con perfección de relojería, metiendo y sacando a los personajes en constantes líos.
Woody Allen acomete un musical justo ahora que está prácticamente muerto el género, tal vez por ir contra corriente o porque cree llegado el momento de hacerlo y lo hace bien, homenajeando a los grandes maestros como Stanley Donen, Vincent Minnelli o Gene Kelly, entre otros, con secuencias como la que se desarrolla a orillas del Sena parecida al paso a dos que Gene Kelly y Leslie Caron bailan en Un americano en París (1951, aunque con su puntito de humor que hace que vuelen materialmente los bailarines, Woody Allen y Goldie Hawn en este caso.
Al margen de sus logros en los números musicales, que los tiene y bien hermosos, como el inicial con los maniquíes del escaparate de Yves Saint Laurent contagiados de la música y el baile o el ya citado, por tan sólo apuntar un par de ellos, se trata de una punzante comedia que divierte en todo instante, con unos cuidados encuadres, con dominio del plano secuencia, tan fundamental en este género, con una rica y estupenda banda sonora (editada por BMG para los coleccionistas y amantes de esta clase de discos) y una bellísima fotografía que es todo un piropo a su querida Nueva York.
Los actores están como siempre en sus películas, tan naturales y divertidos como es todo el film, en el que una vez más Woody Allen demuestra que es un maestro.
Premio a la coreografía de los coreógrafos americanos. Premio a Edward Norton de los críticos de Boston, Florida, Los Angeles, Southeaster y Chicago. Premio Butaca a la mejor película de autor. Premio NBR. Premio Turia y del público al mejor film.
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