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CRITICA
Por: PACO CASADO
Al final de los años cincuenta salieron en España varios directores interesantes que al iniciar su carrera como profesionales comenzaron rodaron varios títulos con los que renovaron en lo que pudieron la anquilosada y gastada cinematografía hispana.
Uno de ellos fue el realizador catalán Julio Coll, aunque después, como tantos otros, devino en hacer películas algo más comerciales.
Un vaso de whisky (1958) llamó la atención al situarse al límite de lo permitido en aquel momento por la censura, ya que su tema era el de dos amigos, Victor y Carlos, que viven a costa de las explotar a las turistas extranjeras a las que emborrachan en los cabaretes de la costa catalana para sacarles posteriormente el dinero.
Victor es un muchacho guapo, algo escéptico y amante de los placeres que le ofrece la vida.
No tiene trabajo, ni lo busca, y tampoco beneficio, ya que vive de las mujeres sin darse cuenta de que su comportamiento desencadena algunos dramas y decepciones que provocan el dolor y la desesperanza.
Este hace gala de esa degenerada conducta, lo que no le resultará nada bien al final, mientras que el otro trata de aprovecharse de una hotelera que ignora que no es lo que aparenta, sino que está totalmente en la ruina.
Desde el guion Julio Coll y José Germán Huici muestran una preocupación social y un interés plausible, con unos tipos que están muy bien delineados, que dan una mayor fuerza a la idea que se trata de desarrollar.
Es una lástima que posea un bache de interés hacia la mitad de la narración.
El personaje que menos falta hace es el del inspector de policía que incorpora el veterano George Rigaud mientras que, los demás resultan muy auténticos en los papeles que les han tocado en suerte.
Nada nos importa que Victor se enamore o no, es secundario, ya que lo que importa son los hechos, la concatenación de los acontecimientos de los que parte la irresponsabilidad de éste.
Arturo Fernández es en estos momentos el galán romántico de moda de nuestro cine, mientras que la italiana Rosana Podestá aporta su belleza.
Un buen manejo de la música de calidad compuesta por José Solá y Xavier Montsalvatge que recurren a varios instrumentos con detalles muy acertados de inspiración, mientras que Julio Coll hace una dirección con evidente pericia, seguridad e intuición a la hora de elegir la planificación y los encuadres, que hace con este su cuarto largometraje.
Un tema importante es la cuestión de los actos del individuo y su influencia en la sociedad con una formación muy superior en valores formales.
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