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CRITICA
Por: PACO CASADO
Una de las fórmulas que se ha puesto de moda en los últimos tiempos en el cine español es la de hacer cine para las autonomías, sobre todo para aquellas que tienen un dialecto distinto al español, que parece que les interesa promocionar, como si con eso trataran de que el resto de los españoles consiguiéramos aprenderlo y hacerlo cada vez más universal, cuando en realidad ello va contra el turismo, ya que el turista que nos llega ha estudiado el español, el segundo idioma más extendido en todo el mundo y no el vasco, el catalán, el valenciano o el gallego.
Eso va también en contra del espectador que tiene que soportar los subtítulos cada vez que hablan en este caso en euskera y así a los diez minutos un par de espectadores se salieron de la sala ya que no deberían querer soportar más subtítulos.
Al margen de estas consideraciones, se trata de la historia de Mikel, un joven de 34, años que vive en Bermeo (Bizkaia), que tras una ruptura amorosa, está en paro, sin dinero, no encuentra trabajo, y un día, desesperado, hace oídos a una proposición que le ofrece Chelo, un pariente lejano, desde Argentina para que se vaya a trabajar con él.
Ni corto ni perezoso toma el primer avión y cuando llega allí lo que se encuentra es un pueblo lleno de descendientes de vascos, que añoran la tierra de sus antepasados, que no conocen, como si aquello fuera una pequeña Euskadi.
Al día siguiente le pide que le muestre la fábrica, pero Chelo todo lo que tiene es un enorme solar donde algún día, cuando lo compre, piensa edificarla.
La reacción inmediata de Mike es volverse a España en el primer vuelo que salga, pero allí conoce a Inés, una chica que cuida a Amuma Dolores, que es la madre de Chelo, que no habla desde hace diez años, no lo conoce, como tampoco a su hija Begoña a la que cree una monja franquista, debido a que ha perdido la cabeza.
Cuando oye cantar a Mike una vieja nana, lo confunde con su hermano Paquito, el abuelo ya fallecido de Mikel, y comienza a hablar y a recordar sus viejos tiempos, deseosa de celebrar la fiesta de La Madalena.
En esas relaciones se desarrolla toda esta historieta que pretende ser una comedia divertida, pero está falta de gracia y de situaciones cómicas, con una planificación de lo más repetitiva del director Jabi Elortegi, en este su segundo largometraje, que aburre al espectador.
De la interpretación nos quedamos con la veteranía del actor argentino Eduardo Blanco, actor argentino al que no vamos a descubrir ahora, en el personaje de Chelo, un vividor que debe hasta de callarse por las trampas de juego y la bebida, así como la serenidad y el aplomo de Itziar Aizpuru en el papel de Amuma Dolores.
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