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CRITICA
Por: PACO CASADO
Chris Columbus, que hace sus propios guiones y los dirige con buenos resultados, se ha prestado a realizar el que ha hecho el hijo de Elia Kazan sobre unos relatos de Isaac Assimov, en torno a un robot doméstico, en el que combina comedia, drama, efectos especiales y ciencia ficción, no en vano procede del rey del género, el prolífico escritor ruso, fallecido el 6 de abril de 1992, que superó los más de 200 libros.
Su elevado coeficiente intelectual y su velocidad de escritura le llevó a ser considerado el escritor de este género por antonomasia, en cuya producción destaca su sencillez y claridad expositiva y dada su erudición siempre con una sólida base científica o pseudo científica, que estableció la tres leyes de la robótica, especie de código moral que impedía a los robots perjudicar a la raza humana.
Era optimista en cuanto a la bondad del hombre y las posibilidades que la ciencia le puede ofrecer.
En el año 2004, Andrews es un androide, uno de esos robots al servicio de una familia, que hace las tareas de la casa, que empieza a notar su creatividad y afectos humanos que no tienen los demás de su serie, e intenta convertirse en un ser humano a medida que adquiere cada vez más emociones de forma gradual.
Poco a poco se va dando cuenta que se queda solo, porque los que quiere, como humanos que son, van muriendo, mientras que él permanece.
A raíz de ahí intenta conseguir su libertad, iniciado un proceso de humanización por el que experimenta todas las sensaciones, lo que también implica tener que envejecer y morir.
En el guion resulta más divertida y clarificadora la primera parte, pero a raíz de la muerte de la primera generación la trama se complica con las dos más que se suceden, coincidiendo con la búsqueda de identidad de Andrews, planteando un cierto racismo al no serle permitido acceder a todos los derechos como ser humano por el simple hecho de haber sido robot.
El tándem Columbus-Williams vuelve a funcionar, pero no a nivel comercial, porque hemos de advertir que aunque no tiene ningún reparo para los pequeños, éstos se aburren, ya que no se trata de una comedia cómica sino dramática que reflexiona acerca de la relación del hombre con las máquinas.
Posee una estupenda música compuesta por James Horner y una dirección e interpretación bastante correcta que logra conectar con el espectador en todos momento.
Nominado al Oscar el maquillaje. Premio Hollywood al maquillaje. Premio Stinker a Robin Williams.
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