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CRITICA
Por: PACO CASADO
Woody Allen es uno de los directores más coherente con su obra. Siempre saca sus neuras en cada nueva película, pero su cine ha evolucionado, desde lo puramente cómico a meterse en géneros más dramáticos emulando a Ingmar Bergman o Federico Fellini, para pasar a filmar desde falsos documentales a musicales imposibles. Justo es que ahora se le permita hacer un homenaje a su afición por la música de jazz y a los hombres de su etapa dorada.
Se inventa la biografía de un músico, Emmet Ray, un egocéntrico, al que dota de todas las cualidades y manías de sus jazzmans preferidos y de los defectos del más despreciable ser humano.
Éste se enfrenta a unos mafiosos y se enamora de Hattie, una mujer muda que no es muy inteligente, pero sí bonita y dulce.
Tan sólo su magnífico estilo de tocar la guitarra, el mejor tras Django Reinhardt, le hace perdonar sus vicios.
Este biopic nos lo presenta como un falso documental de televisión, apoyado por las opiniones de renombrados comentaristas de jazz, y de él mismo, hasta el punto que llegamos a creernoslo.
Confecciona su biografía como se hacía antes, acudiendo a la tradición oral, y pone en duda si algunas cosas son ciertas o no.
El título original es Sweet and lowdown que en términos jazzísticos alude a los altos y los bajos, o a una forma de tocar dulcemente y a la vida canalla de los hombres del jazz.
Aquí se refiere a la dulzura de Hattie y a la bajeza moral de Emmet.
Esta vez acierta también el título español, que hace referencia a los acordes de jazz y los desacuerdos de la pareja.
Emmet es de convivencia imposible.
Capaz de enamorarse, pero no conoce la fidelidad.
Es anárquico, llega tarde al trabajo, se emborracha, pierde el dinero jugando al billar y no se compromete con nadie.
Lo hace con Hattie, una lavandera muda, a la que deja por Blanche, una sofisticada escritora.
Aquí hace aparición una de las constantes de Woody Allen, el fatalismo en las relaciones amorosas.
La mayor afición de Emmet es cazar ratas a punta de pistola y ver pasar los trenes.
El juego es divertido, el guion ingenioso, original, con buenos diálogos.
La gran interpretación de Sean Penn dibuja a un bribón entrañable; magnífico el descubrimiento de la fascinante Samantha Morton, una actriz inglesa de 22 años, casi desconocida, que nos da uno de los papeles más explícitos haciendo de muda, con lo que presta también un homenaje al cine silente.
Ambos fueron nominados al Globo de Oro y también al Oscar.
Premio del círculo de críticos de Londres para Samantha Morton.
Aunque no es su mejor cinta, sí la más cara y su cine siempre tiene interés.
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