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CRITICA
Por: PACO CASADO
Ignacio F. Iquino, que en sus comienzos parecía apuntar a una brillante carrera con aquellas producciones que hacía en Barcelona, pronto se dejó arrastrar por la vorágine de nuestro cine, derivando hacia el fácil camino de las películas de pura evasión.
Sin embargo siempre recordaremos títulos suyos como 'Brigada criminal' (1950) o 'El Judas' (1952), de escaso presupuesto, pero realizadas con una gran dignidad y sentido cinematográfico.
Luego trasladó su campo de acción a Madrid, dedicándose a partir de entonces a hacer un cine puramente comercial que pasará a la historia de nuestro cine sin pena ni gloria, pues siempre hemos estado convencidos de que es un hombre que tiene condiciones muy meritorias para hacer cine, pero ha preferido el camino fácil y trillado de lo intrascendente.
'Secretaria para todo' (1958) es su nuevo film, una comedia en la que vuelve a ofrecernos un cine ligero muy parecido al anterior 'Los ángeles del volante' (1957).
A pesar de ser una cinta de escasos valores fílmicos, tiene al menos algo muy esencial como el estar hecho simplemente para hacer pasar un rato distraído, que mucha falta nos hace, aspecto en el que los norteamericanos hicieron famoso el género con directores como Ernst Lubitsch, por ejemplo.
Cristina es una secretaria perfecta hasta el punto que ayuda a su jefe a conseguir un importante contrato con el empresario holandés Sr. van Wagen dedicado a la importación de tomates, que es muy aficionado al flamenco y tomar el sol, que llega a España dispuesto a casarse con una española muy parecida a Cristina, aunque ella duda entre elegir al extranjero y Lorenzo, su compañero de la oficina.
Como se ve la trama de 'Secretaria para todo' (1958) es muy leve, casi una anécdota, sin complicaciones, pero cumple su cometido de hacer reír o de sonreír.
Iquino lleva la narración con oficio, pero sin aportar nada nuevo con una labor correcta.
El guion carece de originalidad y se salva por la gracia de sus situaciones y de sus actores que tienen un público fiel, que gusta de pasar un rato agradable, con una serie de escenas de enredo que roza el vodevil aunque sin caer de lleno en él.
La fotografía de Alfredo Fraile es desigual pero logra buenos encuadres con un ritmo de imágenes bastante sugestivo, con los planos más necesarios a la finalidad perseguida por el argumento.
La música de José Casas Augé es pasable, sin alardes y el sistema IfiScope resulta adecuado.
Los intérpretes están todos al mismo nivel de decoro profesional, destacando la labor de Antonio Casal, un buen actor un tanto olvidado que ahora puede salir del ostracismo, mientras que Carmen Sevilla se muestra desenvuelta, con la gracia y simpatía que le son características, no abusa del folklore y dota a su personaje del gracejo requerido.
Si eso era lo que perseguía Iquino se puede decir que lo logró.
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