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CRITICA
Por: PACO CASADO
'Aventuras de Robinson Crusoe' (1954) es uno de los títulos que pertenece a la etapa en la que Luis Buñuel se exilió a México, donde trabajó durante varios años hasta que pudo regresar de nuevo a España.
En este caso tuvo la participación de la industria norteamericana, por lo que dispuso de un presupuesto mucho más holgado y pudo incluso filmar en color, realizada el mismo año que 'Él' (1953) y 'El bruto' (1953), dos de sus películas más interesantes de aquellos difíciles tiempos del exilio.
Este título que no vimos cuando fue estrenado en su momento, sí tuvimos ocasión de ver todas estas películas y algunas más de la etapa mexicana durante un ciclo que se celebró en Madrid pasados los años al que fuimos invitados.
El 30 de septiembre de 1659 el barco del aristócrata inglés Robinson Crusoe naufraga y se hunde y él milagrosamente consigue llegar a una isla desierta de América del Sur, con su perro Rex y su gato Sam, con algunos alimentos, ropas y herramientas.
No le queda otro remedio que aprender a sobrevivir, a cocinar y cultivar para cosechar los frutos para poder comer.
La soledad le invade al morir su perro y cuando descubre la existencia de caníbales, el miedo se hace también presente.
Un día salva a un salvaje que iba a ser comido por los caníbales al que le pone el nombre de Viernes y lo convierte en su criado.
Se trata de una adaptación libro de la novela de igual título escrita por el londinense Daniel Defoe en 1719, en la que se cuenta en síntesis la historia de un hombre que es arrastrado por la corriente hasta una isla desierta después de que su barco naufragó, de la que hizo el guion en colaboración con Philip Roll, que le proporciona al director español un espléndido punto de partida para insistir en sus eternos temas.
Nos encontramos así ante un hombre desprovisto de todas las convenciones propias de la civilización, privado de una situación social, sometido a una especie de pureza ontológica: un hombre cuyo único deseo de vivir y cuyo temor a la muerte no pueden enunciarse en términos de la moral clásica.
Lo único que sobrevive en él es una vaga angustia metafísica, que se irá diluyendo conforme va pasando el tiempo hasta llegar por fin a desvanecerse por completo en la conmovedora secuencia en la cual Robinson llama a Dios y no recibe otra respuesta que el eco de su propia voz.
Tras esas situación, luego enloquece, grita al cielo en demanda de socorro y termina por dejar caer al mar su antorcha encendida con verdadera tristeza al anochecer.
A partir de ahí comprende que ha ganado, que por fin ha vuelto a nacer de sí mismo, que ha entregado su existencia a todos los riesgos de la libertad, liberada de todos los códigos y de los ritos mentalmente deliberadores.
Luis Buñuel rodó este film a lo largo de tres meses en las costas mexicanas de Manzanillo con un amplio presupuesto.
Nominado al Oscar el actor Dan O'Herlihy. Ariel de oro a la mejor película y de plata a la dirección, al guion, a la fotografía, a la escenografía, a la edición y al actor Jaime Fernández.
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