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CRITICA
Por: PACO CASADO
Las producciones policíacas han ido sufriendo diversas mutaciones al ser protagonizadas por agentes secretos con licencia para matar, al desaparecer los clásicos gángsteres o asesinos a sueldo.
En ocasiones se han complicado demasiado con otras cuestiones, como por ejemplo la tecnología moderna.
Y en cierto modo se ha ido perdiendo el regusto típico del espectador por averiguar antes que el policía en cuestión quién es el asesino en cada caso o la resolución del problema.
Un paciente de Judd Stevens, doctor en psiquiatría, es asesinado a la salida de su consulta, cuando llevaba puesto un impermeable prestado por el doctor.
Poco después es asesinada su propia secretaria.
El inspector encargado del caso es un agente de policía con quien, en otro tiempo, el doctor Stevens se enfrentó en los tribunales.
Cuando menos nos lo esperábamos surge de nuevo la figura de Bryan Forbes, un buen artesano inglés, que nos llega con esta novela de Sidney Sheldon bajo el brazo, que se ciñe bastante a lo que unos renglones arriba añorábamos.
Un doctor psiconalista sufre varios atentados contra su vida, al tiempo que padece la muerte de su secretaria de color, el destrozo de su despacho y la pérdida de la vida de uno de sus pacientes.
Pero el encargado del caso es un inspector que está obcecado por la venganza de un caso anterior en el que tuvo que enfrentarse al citado doctor, lo que hace que le vea como un presunto culpable de estas muertes y no como la víctima propiciatoria.
Como se puede observar la película está planteada de una forma clásica, directa, sin saltos atrás, y en todo ello hay un asesino oculto, unos intereses en juego por lo que no se regatean medios para quitar de enmedio a quien no interesa.
El film mantiene bien el interés, con un Roger Moore que dista bastante del personaje histriónico de James Bond que suele hacer, con el respaldo de nombres tan seguros como Rod Steiger, el veterano Art Carney o Elliott Gould y como guinda la belleza de la actriz Anne Archer.
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