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CRITICA
Por: PACO CASADO
Esta producción se basa en la adaptación de la famosa novela La chienne, de Georges de la Fouchardiér y André Mouézy-Éon, que ha convertido en un magnífico guion el prestigioso Dudley Nichols.
El director Fritz Lang aseguraba que cuando decidió rodar esta película ya conocía la versión que años atrás había filmado en el cine francés Jean Renoir, con el mismo título que llevaba la novela, 'La chienne' (1930) que en España se tituló 'La golfa' (1930).
El realizador alemán era consciente de que muchos directores, entre ellos Ernst Lubitsch, habían querido llevarla a la pantalla posteriormente, aunque ninguno lo había conseguido.
Christopher Cross es un humilde cajero de un banco en el que lleva veinticinco años trabajando, está infelizmente casado, y es un gran pintor de talento, a lo que se dedica en su tiempo libre, en unos momentos en los que tiene una aventura con Kitty, una hermosa y guapa mujer.
Por ella comete un desfalco en su empresa para hacerle creer que es un hombre rico, pero ella le engaña con otro amante, el malvado de Johnny que vende las pinturas de Christopher Cross como si fueran obras de ella, firmadas como Kitty, con las que logra un gran éxito, ya que las telas causan sensación en el mundo artístico.
Aunque Cross descubre el fraude, deja que Kitty se quede con el mérito, pensando que ella realmente le ama.
Utiliza aquí el director Fritz Lang a los mismos actores que había empleado anteriormente en 'La mujer del cuadro' (1944), envueltos ahora en una nueva intriga y también con el tema de la pintura de por medio.
Así un año después con el mismo trío protagonista, Fritz Lang varia mínimamente los elementos pero dándole un giro magistral que le sirvió para afincar la mitología de la mujer fatal en el naciente género negro.
Fritz Lang traslada la historia y la lleva al Nueva York de la gran Depresión para que Dudley Nichols encontrara en ella un material muy apropiado para trazar el guion con una perfecta estructura de la fatalidad, que el director germano pone en escena de una manera certera y austera, con detalles muy significativos, cuidado en la ambientación, pero sin nada de retórica, ni recurso de elementos de apoyo.
Este director, qué duda cabe, es uno de los más sabios que nunca ha hecho cine y en esta pequeña joya lo demuestra en cada uno de sus fotogramas desde el mismísimo comienzo.
Encorsetada por una rígida censura, que no permitió ni siquiera la recatada dimensión erótica de la versión de Jean Renoir, Perversidad (1945) es una obra sórdida y cruel, que prolonga el discurso habitual de Fritz Lang sobre los peligros de la debilidad humana y el fatalismo.
Es una de las más finas, certeras y sugerente radiografía sobre el origen y la dinámica del mal que se pueda ver en una pantalla.
Porque ésta, como casi todas las buenas historias, trata del tema del mal.
Es un buen film que merece la pena volverse a ver.
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