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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tras un tiempo de inactividad después de Titanic (1997), Leonardo di Caprio ha vuelto a las pantallas con 'La playa' (2000), una insulsa adaptación de la apreciable novela de Alex Garland, que habla de las dificultades de encontrar el paraíso, en la que se han introducido algunas secuencias nuevas que no estaban en el libro para hacer el producto más comercial.
Ello, aún siendo libre de hacerlo el guionista, no ha beneficiado en nada a un guion que se estira como si no tuviera nada que decir o tal vez para hacer un traje a la medida del protagonista, en este caso Leonardo di Caprio, y a cambio ha perdido todo el valor corrosivo que tenía la novela.
Leonardo Di Caprio encarna aquí a Richard, un joven adicto a la nicotina, aficionado a la cultura pop, que es la imagen del joven norteamericano de hoy, un personaje que procede de la generación de los videojuegos, la televisión y los ordenadores, que no sabe bien lo que es la emoción, y se va de viaje a Tailandia en busca de poder cambiar de vida, a experimentar sensaciones fuertes. Estando en el hotel en Bangkok se encuentra con un extraño mapa.
Los rumores dicen que conduce a una solitaria playa paradisíaca.
Emocionado a la vez que intrigado se dispone a encontrar ese paraíso tropical, y de paso se encuentra con un paraíso perdido que al poco se convierte en un infierno, y termina volviendo al mismo lugar de donde partió.
Danny Boyle, del que nos gustó su Tumba abierta (1994) y nos pareció sobrevalorada Trainspotting (1996), pierde el ritmo y no logra enderezar el entuerto que es 'La playa' (2000).
El plato fuerte es el tirón de Leonardo Di Caprio, que es lo único que puede salvar comercialmente la película, pero que no es más que un actor en formación que aún no ha demostrado su posible valía, cosa que tampoco ocurre aquí, entre un reparto de actores poco conocidos, a excepción de Robert Carlyle, con el que tiene varias secuencias.
El mediocre guion, en el que todo es previsible, toma la cuesta abajo a raíz de la introducción del juego por ordenador en el que Di Caprio es protagonista.
Llegado a ese punto ya no tiene solución.
El marco sirve poco más que para obtener de los paisajes una bella y relamida fotografía, en contraste con el entorno urbano de una abigarrada y cutre Bangkok.
En definitiva un film cuyos superficiales atractivos se reducen a su protagonista y el paisaje de ensueño, porque el resto no tiene la más mínima enjundia.
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