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CRITICA
Por: PACO CASADO
Son ya muchas las versiones que se han llevado al cine de la famosa novela de Robert Louis Stevenson a través de los años.
Tal vez de ese original literario parte la temática de transformación del hombre a lo largo de la historia del cine, unas veces en hombre lobo, en un profesor chiflado, en muertos vivientes, en mono y así podríamos seguir citando más ejemplos.
Sin hacer mucho esfuerzo mental podemos recordar las versiones realizadas por Rouben Mamoulian o la de Victor Fleming, esta última interpretada por Spencer Tracy: hay también otra inglesa protagonizada por Oliver Reed y hasta alguna que otra de carácter cómico, por no hacer más larga la lista.
Pero a decir verdad la que se lleva la palma por moderna y estrafalaria es sin lugar a duda esta que comentamos, 'Al borde de la locura' (1989), que está dirigida por un cineasta francés como Gérard Kikoine, del que tan sólo conocemos en España 'La colina del dragón' (1987).
Los experimentos con un nuevo anestésico convierten al reputado Dr. Jekyll en un adicto a la recién descubierta substancia.
Los efectos de su inhalación transforman su personalidad.
Un despechado asesino de prostitutas asolará las calles de Londres dejando un sangriento rastro de muerte de mujeres cruelmente degolladas.
Cuando los experimento que lleva a cabo Henry Jekyll con la cocaína se les escapan a su control, se transforma en el espantoso Jack Hyde.
Como Hyde busca a sus presas para saciar su sed de sangre por las oscuras calles de los barrios bajos de la ciudad de Londres durante las noches en prostíbulos de mujeres de vida licenciosa y fumaderos de opio.
La policía no puede atraparlo, pero él no tiene nada que perder excepto su perturbada mente.
Toda su obsesión de este director ha sido la de actualizar esta versión del tema clásico a base de añadirle escenas de sexo.
Para ello justifica el tema a través de un prólogo en el que Jeckyl, de pequeño, contempla un acto sexual, lo que le ocasiona un gran trauma de mayor que poco menos que lo convierte en el famoso Jack el destripador de Londres, por la semejanza que tienen sus crímenes con el célebre asesino.
Así como se preocupa de justificar esa obsesión sexual, en cambio en otros aspectos la película resulta de unas reacciones primarias en el comportamiento del protagonista, quien por otra parte, y dicho sea de paso, ostenta un maquilla realmente horriblemente llevado a efecto y cuya transformación en Hyde no puede ser más primitiva.
En el apartado de la dirección, el cine de Gérard Kikoine resulta bastante antiguo, abusando de planos enfáticos y sofisticados a base de inclinar la cámara para darnos a entender el desequilibrio mental y psíquico del protagonista, un Anthony Perkins que ya es hora de que se olvide del Norman Bates que interpretó magistralmente en 'Psicosis' (1960), a las órdenes de un maestro como Alfred Hitchcock, mientras que éste está totalmente en las antípodas de aquel.
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