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CRITICA
Por: PACO CASADO
Nos llega a través de los canales de las salas especiales la primera muestra que atraviesa nuestras fronteras de uno de los directores jóvenes del cine alemán, perteneciente a la segunda nueva ola cinematográfica de aquel país que a pesar de sus pocos años, ha conseguido ya obtener una fama mundial, casi a nivel de mito, y del que sólo sabemos de él a través de lo leído o visto en algún festival, como ocurrió concretamente con esta película en 1973 en la Semana de cine de autor de Benalmádena donde se proyectó y tuvimos ocasión d ver por primera vez.
Fue allí donde tuvimos el primer contacto con el prolífico autor de 'El mercader de las cuatro estaciones' (1972).
Apenas lleva diez haciendo cine y ya ha dirigido casi veinte títulos que le han convertido en el más claro símbolo de la nueva generación de realizadores germanos que dieron un tono y un estilo a su moderna cinenematografía.
Una obra ciertamente difícil, de corte original, en donde la narrativa tradicional da paso a un ritmo interior pausado y propio.
No cabe duda de que Fassbinder trata de hacer un cine diferente, claramente influenciado por el fenómeno teatral, arte que también practica, situando a sus personajes en un decorado único, en una situación única, y haciéndolos evolucionar, exponiendo su problemática, generalmente dominada por el sexo, la obsesión de posesión y de dominación.
El drama en esta ocasión es el de Petra Von Kant, una diseñadora de modelos, que ha abandonado a su marido, que tiene una hija, Gabriele, adolescente, interna en un colegio, que vive con Marlene, su secretaria, una mujer para todo, que domina y manda de forma tiránica, en su pequeño apartamento-estudio.
Su tendencia lésbica le hace enamorarse locamente de la modelo Karin que le ha presentado su buena amiga Sidonie.
Al final todo terminará como al principio, con el enfoque de una pieza teatral oriental, con el estatismo del kabuki japonés y el hieratismo de un museo de cera, esta pieza supone una auténtica ceremonia llena de rituales, con un oculto sentido masoquista y sádico que se dibuja en sus escasos y bien perfilados personajes.
Pero a través de las dos horas en contacto con estos personajes, llegaremos a conocerlos íntimamente, casi a desnudarlos en su interior, a comprender el drama que les aqueja y hasta a compadecerlos, si es que hemos entrado en el juego que nos propone Fassbinder, ya que su cine es hermético, duro, cerrado en sí mismo, sin concesiones al espectador y mucho menos a la galería.
A veces está cargado de símbolos pero siempre es de una rara belleza formal, donde a pesar de las situaciones y decorado único, constantemente está en lucha con la teatralidad, tratando de hacer cine, de un gusto exquisito en el decorado, en el vestuario, en el encuadre, en el tratamiento del color y moviendo con habilidad a sus personajes dentro del cuadro de forma que con ello hace el montaje, sin tener que cambiar la posición de la cámara para darnos la intención de lo que nos quiere mostrar.
Es como un drama en cinco actos, marcados por el simple cierre en negro y denotado por el cambio de peluca y vestuario de Petra, mujer embustera, hipócrita, desengañada de los hombres, extraordinariamente encarnada por Margit Cartensen, una actriz de un extraño atractivo en su rostro, que vive en su mundo, encerrada en sí misma y para disfrutar de su propia pasión.
Cine de mujeres, interpretado por mujeres, en el que el autor bucea en sus personalidades y se centra en una protagonista perfectamente descrita en sus reacciones psíquicas y emocionales, jugando siempre con la dificultad de un contínuo diálogo y un único escenario.
La pretendida lentitud crea un clima especial que o es rechazado por el espectador o acaba sumergiéndose en él.
Cine no obstante de difícil lectura pero que resulta un interesante experimento de una gran belleza en lo formal.
Premio del cine alemán a la fotografía y a las actrices Margit Carstensen como principal y Eva Mattes como secundaria.
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