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CRITICA
Por: PACO CASADO
Es un film que va más allá del problema del alcoholismo, que se centra en una pareja de clase media, faltos de una mayor cultura, que encuentra la felicidad en el alcohol.
Dos seres mediocres que hunden sus vidas en el vicio, pero que también tienen derecho a la poesía, a los sueños, a la vida sencilla y honrada, al vino y a las rosas.
"Largos no son los días de vino y rosas / del torbellino que nacen los sueños.../ los sueños que morirán / con el blanco amanecer del alba".
El recuerdo de aquella poesía que recitó Kerstin en su juventud, y que dice a Joe, el hombre con el que se casará, tiñe de patetismo esta bella historia emocionada cuya dignidad, fuerza y solidez prestigian al cine norteamericano y a Blake Edwards, un excelente director, que se muestra aquí un maestro de lo sencillo y lo humilde.
'Días de vino y rosas' va más allá del problema del alcoholismo, vicio éste que ha preocupado y sigue preocupando a los dirigentes de la sociedad de los países civilizados y que constituye una inquietud constante en los Estados Unidos, ahora aumentada con el añadido de otras drogas que en aquellos años sesenta no eran de uso tan frecuente como en la actualidad.
Siempre nos interesó el hecho de que sea en este país donde el alcoholismo se transformara en un problema crítico y que los esfuerzos por parte de las autoridades, a lo largo de su historia por reprimirlo, se hicieran patentes.
Ahí estaba la famosa ley seca de los años veinte y las numerosas asociaciones de alcohólicos anónimos que luchan también cada día contra esta lacra social que destruye familias y desune a los matrimonios.
La cinta de Blake Edwards nos da una pista, por eso decimos que va más allá del simple problema del alcoholismo.
Dos seres mediocres hunden sus vidas en este vicio.
Seres mediocres que también tienen derecho a la poesía, a los sueños, a la vida sencilla y honrada, al vino y a las rosas...
La potente maquina de los grandes trust, el mundo de las empresas, de la publicidad desaforada, de los magnates, se sientan en el banquillo de los acusados.
No perderán su libertad, sólo serán condenados por un sencillo artista de la cámara que ha tomado de la vida a dos seres vulgares absorbidos por el torbellino de la existencia norteamericana.
Figúrense a un personaje cuyo trabajo es precisamente beber. Piensen en una mujer solitaria, de poca instrucción porque la que ha tenido es insuficiente y caótica.
Piensen en un matrimonio precipitado por los anhelos de amor de la pareja.
Mediten en una niña recién nacida en unas escenas, abriéndose a la vida, después ...
Y en un hogar que para mantenerlo se necesita dinero, dólares que se consiguen haciendo de rufián, o de borracho profesional. Dólares que se obtienen en las grandes fiestas, bebiendo whisky con el cliente de turno.
Piensen en este cuadro desolador de un grupo de jóvenes, de padres de familia norteamericanos y comprenderán el interés de Días de vino y rosas (1962).
Pero aún hay más. Entre esta pareja unida por un afecto, por un amor verdadero, existe el anhelo, están también los sueños por una vida más pura, limpia y no hecha de miseria.
Ellos, que carecen de la fantasía para evadirse del mundo, o de la preparación suficiente para contemplarlo tal cual es y encontrar en ellos mismos la solución o el criterio a seguir, necesitan de alguien, de algo, que transfigure lo que vive a su alrededor.
Y sólo encuentran una publicidad desaforada, bajeza, vicio, suciedad, cucarachas...
Una obra de arte, humana y profunda, con una interpretación fabulosa por parte de la pareja protagonista.
Ganadora del Oscar a la mejor canción. Nominada a los Oscar a mejor actor Jack Lemmon, Mejor actriz, Lee Remick, Mejores decorados y Mejor vestuario. Premio a la mejor actriz, Lee Remick, en el Festival de San Sebastián. Premio OCIC al mejor actor, Jack Lemmon.
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