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CRITICA
Por: PACO CASADO
La eficacia del cine norteamericano queda siempre bien patente en todas sus producciones, aunque lo que se trate de rodar ya sea una de serie B o la más espectacular de las superproducciones.
Esta es, no cabe duda, una de las virtudes más manifiestas de la cinematografía de Hollywood.
Bajo el pomposo título de La noche de los gigantes (1968), el espectador puede pensar que se va a encontrar con un super espectáculo y tal vez quede decepcionado cuando lo que halla es tan sólo a dos primeras figuras que encabezan el reparto de esta película.
Por otra parte la historia tampoco va muy de acuerdo con el título que se le ha dado en España, ya que el original es el mismo de la novela de Theodore V. Olsen que se puede traducir por La luna vigilante que como se ve no tiene nada de particular.
En ella se cuenta la historia de un veterano explorador retirado del ejército de los Estados Unidos, Sam Vaner, un hombre de buenos sentimientos, que acoge a Sarah Carver, una mujer blanca y a su hijo mestizo, medio apache, de diez años, sin saber que el padre del niño es un renegado indio de esa tribu, llamado Salvaje, que es un asesino que la tenía secuestrada, que les viene persiguiendo, con la intención de recuperar a su hijo. Sam, tarde o temprano, tendrá que hacerle frente en el esperado duelo final.
Como se ve se trata más bien de un drama intimista que trata de estudiar a unos personajes dadas unas premisas fundamentales y puestos en una situación más o menos al límite, que no ofrece un mayor aliciente y en cambio posee una ambientación en magníficos escenarios naturales.
Los rasgos psicológicos de los protagonistas y el excelente colorido dan relieve al argumento, uno más entre los clásicos productos del western.
Robert Mulligan es un realizador joven, de los que salieron al lado de Robert Aldrich y Arthur Penn entre otros, que intentaron hacer en su día un cine de calidad, y así lo demostró en sus primeras películas tras abandonar las series de televisión con títulos como 'Cuando llegue septiembre' (1961), 'Matar a un ruiseñor' (1962), una de sus obras cumbre, o 'Amores con un extraño' (1963) entre otros.
Pero el tiempo ha demostrado que no tenía la categoría de los nombres que hemos apuntado antes como ejemplo.
No negamos que es un director que tiene oficio, que sabe lo que hace, pero se siente más apoyado y ayudado cuando posee un buen guion y no como en esta ocasión en el que se estiran demasiado las situaciones, alargándolas en exceso, lo que no es más que una simple anécdota.
El film interesa, aunque no demasiado, y está bien realizado, con una buena fotografía del veterano Charles Lang de perfecto colorido y una música muy agradable compuesta por Fred Karlin.
Sobria resulta la interpretación de los dos grandes protagonistas como son Gregory Peck y Eva Marie Saint.
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