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CRITICA
Por: PACO CASADO
Entre los años 1941 y 1947 se desarrolló la carrera americana de Jean Renoir compuesta por un documental 'A Salute to France' (1944) y cinco largometrajes de ficción: 'Aguas pantanosas' (1941), 'Esta tierra es mía' (1943), 'El sureño' (1945), 'Memorias de una doncella' (1946) y 'Una mujer en la playa' (1946).
Aunque no tienen el prestigio de sus obras francesas, todas son bastante interesantes.
Esta en particular es un melodrama triangular algo convencional compuesto por un joven militar, la esposa insatisfecha y el marido ciego.
Este drama se basa en el papel de la esposa de un pintor ciego que seduce a un apuesto oficial, redimido por las altas cuotas de la ambigüedad que atesoran los personajes.
¿Quién es más vesánico, el marido alcohólico que esclaviza a la mujer, ésta enfundada en sus pieles de mujer fatal o el amante que cuestionando la ceguera de su rival casi lo mata cerca de los acantilados?.
Es la primera de la trilogía de grandes títulos de Jean Renoir.
Por mutilada que esté, en relación con el original, se le puede juzgar al igual que 'Avaricia' (1924), de Erich von Stroheim, por ejemplo.
Si existe un director de cine con independencia de la importancia que se le pueda otorgar a la composición, que lo importante para él sea la totalidad de la imagen, este es Jean Renoir.
Este film, es el más próximo a Fritz Lang, de los suyos, aunque no lo es realmente más que en apariencia: la tragedia no nace del desarrollo implacable de alguna fatalidad, sino al contrario, de la fijación y de la inmovilidad.
Los tres personajes dan siempre una imagen falsa de sí mismos y de su deseo.
Rodeados de un decorado cerrado frente al movimiento de las olas, Tod, el pintor, está alienado por sus cuadros al igual que Scott y Peggy lo están por una pura fascinación sexual.
El fuego rompe su encantamiento y los devuelve al mundo real.
Esta es también la consecuencia de lo que no nos atrevemos a llamar el segundo aprendizaje de Jean Renoir: todo virtuosismo técnico parece quedar abolido, los movimientos de cámara son poco frecuentes y breves, ceden su puesto definitivamente al habitual racord o al clásico campo contra campo.
En adelante el director sitúa los hechos unos detrás de otros, y la belleza nace de esa intransigencia; no existe más que una áspera sucesión de hechos y cada plano es un acontecimiento.
Por muy rica en detalles que pueda parecer su relación con esta depuración, los títulos siguientes lo tendrán siempre por su coquetería y consistirán, por otra parte, en mostrarla claramente en sus momentos culminantes.
¿Son preferibles las grandes pasiones al clavicordio bien templado?.
Las estupendas interpretaciones de los personajes y la puesta en imágenes sacan partido a la austeridad de los mínimos decorados y de un metraje tan breve que no es habitual, creando una atmósfera inquietante y persuasiva.
Si existe un cine puro, éste se encuentra en 'Una mujer en la playa' (1946) .
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